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9. Saliendo de la Fosa en Iguazú.




IMPORTANTE: Este es el penúltimo capítulo de un viaje de descubrimientos. La esperanza y la felicidad abundan en su contenido. Si usted ha llegado hasta aquí, permítame decirle que está a punto de ver la luz al final del túnel como la vimos nosotros. De una vez le agradezco el haberse tomado un tiempo para leer nuestra historia hasta el punto.

Las cataratas de Iguazú son unos de los destinos turísiticos más importantes de Argentina y Brasil. Están ubicadas en toda la frontera. ¿No le parecen hermosas? Imagen Tomada de internet.


Creo que no podría explicar el sentimiento que ahora tengo hacia Brasil. Esos últimos días estuve perdidamente enamorado. Ya sé que generalizar y decir que todos y cada uno de los ciudadanos son muy hermosas personas. Lo que sí es seguro es que me encontré con varios muy valiosos. Todo esto lo iba meditando en el bus camino a Foz do Iguazú. Hacía un día soleado y el bus iba en silencio, con el aire acondicionado en el punto perfecto de frescura. Fue un buen viaje, rápido y tranquilo.


Foz Do Iguazú no me pareció tan bonita como las dos anteriores a primera impresión. Me sigue sorprendiendo que el simple hecho de viajar unas dos o tres horas modificara la población drásticamente otra vez. "Se nota que es la frontera", le dije a Federico. El montón de rubios se habían quedado en Cascavel, aquí la gente era más mestiza con tendencia a oscura. A juzgar por el terminal, esta ciudad es más pequeña que Cascavel. Las vías en un costado de ese terminal eran de tierra, lo que generaba la impresión de estar en un pueblito.

Esta es una imagen tomada de internet del último terminal de Brasil en el que me tocó correr como idiota gracias al cambio horario y a mi falta de atención.


- ¡Santa Elena de Uairén otra vez no, por favor! - dijo el idiotín de Fede. Yo me reí.

- Vaya, ahora estamos haciendo chistes. Me agrada como avanza nuestra relación. - Hubo un silencio. - ¿Qué?

- Me entero de que tenemos una relación...

- ¿Ah? ¿Se te olvidó lo que hicimos en Manaos? - volteó a mirarme en el acto.

- ¿Qué? ¿Qué cosa?

- Todo lo que dijiste, cuando me propusiste matrimonio y esas cosas...- el tono de mi voz delató mi broma y él soltó una risita como de alivio. - Además me dijiste que me querías en Campo Grande; que estábamos juntos y estaríamos juntos por siempre...

- ¡Ahora sí! Me levanté a la loca.- los dos nos reímos a carcajadas.

- Fuera de juego, cuando me dijiste eso, me conmoví mucho pero no dije nada porque pensé que ibas a creer que estaba enamorado de ti. "Le digo algo y sale corriendo".


Está bien, al menos en este punto, no había lugar para una relación entre Federico y yo (empezando por el pequeño detalle de que no es gay. Hasta que se demuestre lo contrario.); lo que sí pasó fue que nos hicimos buenos amigos. Nuestra relación había evolucionado de sentarnos a cinco puestos de distancia en Venezuela a que yo duerma casi con la cara metida en su hombro. Ahora conocía su lado gracioso y me sentía protegido estando con él.


Bajamos en el terminal y nos sentamos a pensar. No había internet, así que no pude buscar el horario de atención del Western Union. Yo solo sabía la dirección y que en veinte minutos se hacían las tres de la tarde.


-¿Y si cierran igual que los bancos? ¡No me jodas que hay que correr otra vez con el montón de maletas!.

- Vete.

- ¿Te quedas aquí de nuevo?

- Ya resolviste en Cascavel. Puedes volver a encontrar la manera. Vete.


Él tenía razón. Me fui corriendo (por segunda vez) a intentar llegar al Western Union. Estaba tan lejos que la única forma de llegar hasta allá era en algún transporte público. Pregunté como pude a una o dos personas que vi por ahí y seguí hasta una enorme avenida. Estaba esperando en la parada a un lado de esa enorme vía de tres canales cuando noté que se acercaba una camioneta doble cabina de la policía. Estaba de primera en la fila del semáforo. Me iba a pasar justo por el frente. Lo pensé dos segundos.

¡Qué locura! Esta es justamente la avenida en la que ocurrió todo. ¿Quién diría que iba a encontrar una foto tan fácil en internet? ¿Puede usted ver al José en el medio de la vía pidiendo auxilio?


Le voy a ser totalmente sincero: yo no esperaba que me llevaran. Ni siquiera pensé que se iban a detener, pero igual lo hice. Sí, eso mismo. Aunque usted no lo crea, corrí hasta el canal medio de la avenida y le hice señas (estirando los brazos como si fuera enano) a la patrulla apenas arrancó la luz verde, intentando que me vieran. Funcionó. Venían dos policías en los puestos de adelante. El chofer aceleró un poco y me hizo una seña como para que me hiciera a un lado. Se estacionaron en el acto. Yo me acerqué a la ventana y les dije lo mismo que había dicho cualquier cantidad de veces a medio Brasil desde hacía unos días. "¿Me podrían llevar?", ellos ni siquiera lo pensaron. "¡Sube! ¡Rápido!":


Dios mío. A estas alturas estaba seguro de que vivía una película. Aún no me creo que haya tenido tanta suerte. Me monté en la parte de atrás de esa camioneta. Estos dos policías (otra vez, y como casi todos los hombres en esta zona del país, espectaculares) me preguntaron bien la dirección y me llevaron en el acto. En el trayecto pude comentarles algo en portugués sobre cómo carajo había llegado yo hasta allí. Después de que tenía rato tartamudeando y sufriendo para hablar, el chofer me pregunta "¿De dónde eres?", y yo le digo "Venezuela". "¡Ah! Hablas español. Yo soy de Paraguay". Primero me sentí burlado y llevé mis manos a mi frente, luego me emocioné porque hablaría con alguien en español y después se me pasó la emoción porque él no recordaba como hablar español. Tres emociones una detrás de la otra en segundos.


El Western Union quedaba en una calle con piso de piedras. Una zona muy linda, comercial y turística. Los funcionarios me dejaron allí. Les agradecí hasta más no poder su ayuda y el viaje tan ameno que me ofrecieron; hasta nos reímos un rato. Corrí hasta la puerta, entré como un maniático y pregunté ¡¿Siguen abiertos?!". "Sí, abrimos hasta las cinco", me dijo la chica en la caja, como si fuera muy evidente. Lo era. Estaba pegado en la puerta que crucé corriendo para preguntar si seguían abiertos. Je-je. Creo que no hay forma de sentirse más fuera de lugar. Recogí lo que quedó de mi dignidad y me acerqué a esa caja, muerto de miedo. Le entregué el pasaporte y los datos, tapándome los ojos. Esperé lo peor hasta que me dijo "firme aquí". "NA-GUEVONADA" (expresión de asombro típica de los llanos de Venezuela).


Solo tenía que regresar con mis reales al terminal para buscar a Federico y plantearnos el típico "¿Y ahora?" para seguir con nuestro viaje. Tomé el bus como flotando, mirando a todo el mundo con alegría. Aquí sí era una princesa Disney y no me importó nada. Apenas llegué me encontré a un chico con cara perdida en ese terminal. Cambié la cara, me acerqué sin ánimos y lo miré a los ojos. "No pude hacer nada". Él me miró en silencio, como analizando lo que yo acababa de decir. Tanto me miró que no aguanté la risa. No llegó a preocuparse, me descubrió demasiado pronto. Habíamos vuelto a nuestra luna de miel.


Viajamos en el transporte público como turistas dignos, tranquilos. Decidimos cruzar la frontera de una vez para que, lo que sea que nos tocara hacer ahora, pudiéramos hacerlo rodeados de personas que hablaran español. Ya me sentía como una caricatura cuando no hablaba portugués. Mi mamá decía que yo estaba hablando con un acento brasileño. Le creí: llevaba casi veinte días intentando hablarlo.


Resultó que la parada del bus que iba hacia la frontera quedaba casi en frente de la agencia donde retiré el dinero. Ahí estuvimos un rato esperando con otro montón de gente. Ya teníamos hambre. Nos metimos en un local al que a duras penas le quedaban cinco desayunos y comimos como animales. ¡Qué desayunos espectaculares los de Brasil!. Cuando regresamos a la parada todavía no había pasado el bus. La misma gente esperaba y otros pocos más; entre esos un chico rubio, musculoso y con pinta de europeo. Quería preguntarnos por la parada en la que pasaban los buses hacia la frontera. Yo quería casarme con él. No se lo dije, obviamente. Le expliqué que estaba en el lugar indicado, eso sí. Era difícil para él hablar español. Le ofrecí hablar en inglés pero él se empeñó en practicar.


Después de un rato, pasó el bus (que, por cierto, era lentísimo). No recuerdo su nombre aunque me lo dijo, por eso le llamaremos "Reichen Papi" (usted puede buscarlo en Google si le da curiosidad). Ese chico proveniente de Alemania se volvió nuestro nuevo compañero de viaje. En el bus se nos unió una chica más, proveniente de Japón, a la que llamaremos "De-tao consesho yo" ("La chica de las poesías", según el audio del traductor Google. Este sí se lo dejé porque es imposible investigar la forma de escribirlo en japonés si no se tiene un conocimiento previo. ¿Por qué "la chica de las poesías"? Porque me pareció gracioso ponerle un nombre pavoso como una letra de Romeo Santos).


La diferencia de posibilidades que hay entre unas culturas y otras me dejó desmoralizado. De-tao tenía ganas de viajar desde hace mucho tiempo pero no consiguió con quién. Reunió lo que necesitaba, renunció a su trabajo (porque no le daban vacaciones) y se vino. Después llegaría de nuevo a su país a empezar desde cero. Reichen estaba de vacaciones largas. Tenía dos años sin librar ni un día. Claro, estos chicos tenían como 28 años cada uno, pero de todas formas me sentí pequeñito. Ellos no eran precisamente la clase más alta de la sociedad. Un venezolano de su edad en la misma clase social ni lo piensa para hacer un viaje de varios meses.

Le envié esta foto a casi todos mis amigos y a mi familia. No aguanté la emoción de haber cruzado por fin. Una de mis mejores amigas me cortó toda la inspiración diciendo que estaba quedándome en el hueso. Tenía razón, pero no le hice mucho caso. Estaba demasiado contento.


El bus nos dejó en toda la frontera. Solo tuvimos que cruzar la calle hasta la oficina para que nos sellaran los pasaportes. Casi salté de emoción cuando salimos. "¡Por fin, Argentina!". Ahora éramos cuatro gatos locos pensando donde carajo nos íbamos a quedar en Puerto Iguazú. Todos, excepto por nuestra compañera japonesa que ya tenía una reserva. Puerto Iguazú era un pueblito de calles angostas, algunas con carretera de tierra. Usted podrá juzgarme; en realidad no investigué mucho sobre lo que iba a ver en ninguno de los lugares que visité. Considero interesante el hecho de llegar y no saber qué esperar. Resultó que este era un punto turístico importantísimo por las cataratas de Iguazú. La humedad estaba presente en todo el pueblo y había gran afluencia de turistas. Me agarró desprevenido el asunto.


Le presento a Reichen Papi y De-tao consesho yo. Mis amigos, cuyos nombres (como el de muchos) no recuerdo. Claramente no estaban tan emocionados como yo.


Después de un buen rato caminando con el equipaje, decidimos acomodarnos con Papi en un cuarto en el que cabían cuatro personas. Fue lo más barato que pudimos encontrar. Nos merecíamos el cariño. Cada uno se ubicó en una cama y salimos a comer por ahí. Al cambio, la comida en Argentina era bastante más cara. No me arrepiento de esa primera comida de todas formas. Nos mandamos dos pizzas para los tres que estaban deliciosas. Reichen resultó ser muy simpático. Fue una noche amena entre amigos. Solo entre amigos (porque si hubiese querido hacer un mínimo intento de acercarme por otro lado al rubio alemán, mi mente obtusa de Venezuela ya me había cerrado la posibilidad por todos lados. Resumen: en Alemania también hacen encuentros sexuales en el medio de bosque a cualquier hora. Lo más normal del mundo, aparentemente, excepto en Venezuela).

Aunque esta es otra imagen tomada de internet, estoy 90% seguro de haber pasado por aquí.


Amaneció. Cuando desperté ya el alemán se había marchado. Iba a conocer las cataratas muy temprano en la tarde y en la noche tenía su vuelo hasta Buenos Aires. Fue lindo mientras duró. Me bañé como estaba acostumbrado en mi casa, usé desodorante y hasta quise afeitarme (solo que mi máquina se quemó por el cambio del voltaje). Acordamos con Nova que nos iba a mandar un poco más del dinero que le había quitado a la chica y con eso pagaríamos los boletos hasta la capital de una buena vez. Nos quedaríamos en cero, pero ya estaríamos ahí. Así que mi mejor amiga nos depositó, nos movimos al terminal a averiguar el mejor precio y me fui a retirar el dinero.



Este es el terminal de Puerto Iguazú. Sé lo que está pensando. La respuesta es sí: yo corrí con el montón de maletas por ese puente verde para abordar el bus hacia Buenos Aires.





Para añadir un poco más de acción (aunque no la necesitaba) al viaje, el bus más barato que conseguimos salía en menos de media hora. Otra vez me tocó correr hasta la agencia. Cuando entré, se fue la luz. Regresó a los cinco minutos. La conexión tardó otros diez minutos más. Por fin me dieron el dinero y salí corriendo de nuevo entre u montón de tiendas y vendedores ambulantes. Me volví a presentar de manera precipitada en la taquilla y compré los pasajes. Salimos tres minutos exactos después de eso. Volví a respirar aliviado.


- Esto de andar corriendo como en una misión ultra secreta se está volviendo un hábito. ¿No?

- Y prepárate. Buenos Aires es mucho más grande que Caracas. Imagino que la vida tiene que ser mucho más agitada a lo que estamos acostumbrados.

- Agitado estoy yo.- esbocé una sonrisa. - ¡Ya quiero llegar!

- Solo faltan veinticuatro horas para llegar. Nada que no se pase rápido durmiendo.

- No tengo sueño.

- Te deseo suerte. Buenas noches.

- Pero si son la una de la tarde...


Parecía que Federico volvía a la misma actitud del principio del viaje.


- Estabas pendiente con ese alemán.

- La cosa es que él estuviera interesado también...

- Yo diría que puede ser. Lo único que te enseñó a decir en alemán fue "Me gustas. ¿Nos revolcamos?".


Nah. Este no era ese mismo Federico. O tal vez sí. Ya tendríamos tiempo para conocernos mejor... en Buenos Aires... donde estaríamos mañana al mediodía. ¡Qué nervios!


La energía de este tema queda perfecta con este punto del viaje. Adrenalina y emoción pura.












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