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8. Las "Serpientes" de Cascavel.

BIENVENIDO a la locura de este viaje de veinte días. En este capítulo las imágenes continúan sin ser retocadas, en el fondo sigue esperándole la respectiva canción que hace contraste. De entrada le ofrezco esta foto en la que mi nombre queda en el piso, como quedó mi moral y mi dignidad esos días. Si sigue leyendo sabrá de dónde salió el papelito.

"Son las cinco de la mañana y yo no he dormido nada, y no, no te canto una bachata. Tú sabes que yo detesto la bachata. Hola. Estamos en Cascavel y estoy esperando tu confirmación para ir a retirar el dinero en algún banco. ¿Te dije que te amo? Estoy muy ansioso. No sé si del tipo positivo o negativo. Es como emoción y miedo al mismo tiempo. Esta ciudad es otro clima, aparte. No se ve casi nada. Hay una neblina divina que empaña los vidrios del pequeño terminal al que llegamos. Afuera parece una urbanización clase media alta. Muy linda, limpia y organizada. ¡Creo que me estoy enamorando de Brasil! Definitivamente uno es esclavo de su ignorancia. ¿Qué me iba a imaginar yo que en Brasil había una zona fría, si todo lo que comparten en medios de comunicación es calor, playas y garotas?. En fin, aquí nos vamos a acomodar con las cobijas porque el frío está rudo, pero me encanta. Hace días que no grabo estas notas de voz porque ha sido todo un desastre. De todas formas estoy seguro de que lo peor ya pasó. Después te cuento más..."


Toda esa mañana estuvimos esperando en ese terminal. Era adorable, tenía unas cuantas tiendas de ropa, carteras, entre otros productos, sin mencionar los locales donde vendían desayunos. Me recordó un poco a Mérida, una ciudad de Venezuela en la que también hace frío. Los locales son parecidos. Nos sentamos por ahí, cubiertos hasta el cuello. El frío estaba fuerte. La pobre de Nova estaba durmiendo cuando le escribí. Estaba destruida de otro día de mierda en el restaurante venezolano en el que trabajaba. Como no respondía, pensé que iríamos a la tarde a buscar el dinero, así que me ocupé. Grabé todas las notas que necesitaba sobre los últimos días y busqué en el mapa el banco más cercano. "Veinte cuadras. No es tanto".


Mi celular marcó las doce del mediodía y Nova no respondía aún. La preocupación me dio hambre. Con mi dignidad intacta, dejé a Federico en el terminal con las maletas y me fui a buscar comida otra vez. No me costó mucho, fue en un restaurante que estaba en la avenida frente al terminal a siete u ocho cuadras de distancia. Era un self-service. La pinta del dueño me hizo creer que me diría que no, o que por lo menos me pediría algo a cambio. No lo hizo. Le ordenó a la mesera que me empacara un plato y me lo entregó. Quizás los otros restaurantes que me dieron comida lo habían hecho con más cariño, pero el punto es que me ofreció algo. Regresé al terminal con ese plato para los dos y pudimos amortiguar hasta que por fin apareció Nova. Ya el depósito estaba hecho.


El acuerdo con Federico fue que yo iría a retirar el dinero para no tener que trasladarnos los dos con el montón de maletas. Prometí no regresar con las manos vacías. Activé la función de mapas de mi celular y vi la hora: una y media de la tarde. Tenía tiempo. "Vuelvo", le dije. Era un día hermoso. El sol estaba en su mejor punto brillante y acompañado con suficiente aire fresco como para que no hiciera calor. Pasé una hermosa redoma y me fui cuesta arriba en una enorme y lujosa avenida. Iba cegado por el disfrute del lugar. Noté que la población había cambiado radicalmente; aquí la mayoría era de piel clara y cabello rubio. No lo podía creer.


Parecía todo lindo y perfecto hasta que el reloj de un semáforo me dejó plantado en el pavimento. "02:45 p.m.",leí. Revisé la hora en mi celular: "01:45 p.m. ¡Ese reloj está malo!", me dije. Seguí caminando con la sensación de que algo no estaba bien hasta que no aguanté y detuve a un señor que caminaba en dirección contraria. "Yishculpe, ¿Qué hora tein?". "Duas e cincuenta". El coñísimo de su madre. "Mi celular se volvió loco, se descargó, no sé que coño pasó pero ¡Estoy tarde!". Empecé a correr para llegar a la hora a ese banco que me quedaba todavía más de quince cuadras. Cuando me quedaba sin aire caminaba rápido, desesperado por llegar.


Todo me indicó que no llegaba ni queriendo. Entonces vi, a menos de una cuadra, una patrulla estacionada con un policía apoyado afuera del carro. En Venezuela no hubiese hecho algo similar ni aunque estuviese borracho, pero aquí la policía se veía amistosa. Me acerqué desesperado y le expliqué mi situación (ahora en portugués básico, porque definitivamente iba mejorando. Al parecer, llegaría a Argentina hablando portugués fluido). Le rogué que me llevara. Él me pidió dos segundos para consultarlo con su compañero que estaba dentro de algún local al que no presté mucha atención. Preparé un pie delante del otro para arrancar a correr si me decía que no. Su amigo salió en ese preciso instante, para mi suerte. Hablaron dos segundos y me preguntaron a dónde tenía que llegar específicamente. Yo les mostré el mapa. Discutieron entre sí por un segundos mientras yo los veía con ansiedad.


Apenas se separaron todo se aceleró diez veces. Subimos a ese auto último modelo con estampado de policía como en una misión de rescate y arrancamos por la enorme avenida. Mientras el chofer corría con la sirena activa, su compañero me preguntaba detalles de mi vida. "¿De dónde eres?... y ¿Cómo te llamas?... y ¿Para qué vas a Argentina?". Una parte de mí podría haber notado un interés extraño de su parte pero mi mente estaba en llegar a ese banco; sin mencionar que hacer algo al respecto hubiese estado totalmente fuera de lugar. Iba aferrado al asiento para no sacudirme con la velocidad a la que íbamos y mirando con ojos abiertos como platos por la ventana.


Paramos de golpe afuera del banco. El copiloto se bajó a toda velocidad antes que yo y entró directo para asegurarse de que no cerraran. Aún estaban recibiendo gente. Cuando crucé la puerta, no sólo el chico de la puerta, sino todo el banco, nos miraron extrañados. Nosotros nos presentamos como locos ante la calma y el silencio que había en ese local. Respiré, saqué mi pasaporte y me senté a esperar mi turno. Una chica me hizo una seña desde su cubículo. Yo me senté frente a ella con cara de emoción y le mostré mi pasaporte. "No me aparece nada en el sistema". La miré incrédulo. "¡Claro! Tú eres extranjero, aquí no trabajamos con transacciones para extranjeros. Solo el Banco de Brasil las hace". Me indicó que el más cercano estaba a tres cuadras. Mierda. A correr otra vez.


Imagine un José corriendo por estos lados. Hermoso, pero yo iba corriendo. Esta foto la tomé al día siguiente, con más calma. Quería un letrero que dijera "Aquí corrió José Alejandro" pero ya era demasiada producción.


Para entrar al Banco de Brasil había una recepcionista que te otorgaba el número. Un par de personas esperaban antes que yo en una fila frente a la computadora de la chica. "Ya estamos cerrados", gritó de repente. Yo me acerqué con nerviosismo. Le pedí con la voz quebrada del susto que preguntara si podrían atender una persona más. Ella levantó un teléfono que tenía a un lado, consultó, y me negó con la cabeza. "Yisculpe, estamos cerrados". Perdí los estribos.


- ¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡Te lo ruego! ¡No! Voce no sabe lo qui eu he tenido que hacer estos yías. Eu ñaum teñiu yinero, estou confome y he estado yurmiendo en ña rodoviaria por yías. ¡Por favor! ¿Poyi me ayuda?.

- Eu ñaum poso hacer nada pra voce. Yisculpe. Qui tenga bom yia.

- ¡No, por favor! ¡No me diga eso! ¡Por favor! ¿Onyi poso ir? ¿Sabe algo? Lo que sea...


La chica me dio la espalda a mí y a las pocas personas que quedaban afuera (que tampoco atendió) y entró al banco. Me quedé mudo dos segundos. ¿Cómo va a cambiar el uso horario así de repente? Intenté idear un plan "B"; analicé por unos segundos la situación. No me tomó mucho caer en cuenta de un detalle que hacía todo mucho peor.


- ¡De paso es viernes!- grité para mí mismo, ante las miradas de los demás.


Quedé con la mirada hacia el piso, los ojos abiertos como platos. El coñísimo de su madre. "¿Y ahora qué hago? Esto significa tres días más en la calle. Tres días más pidiendo comida como imbécil para no morirme de hambre con... ¡Federico! ¿Qué coño le digo? Pobre Fede... debe estar esperando emocionado en el terminal". Apreté los puños de la frustración. Ya estaba ideando un show para hacer en la calle y que nos tiraran monedas cuando una mujer se me acercó.


- Disculpa, yo hablo español.


No la abracé porque, aunque estaba muy emocionado, el susto me mantuvo inmovilizado. La emoción de que alguien te hable en español después de tantos días es inexplicable. Hasta me parecía que mi voz era falsa, de una serie de televisión o algo. Esta señora parecía la virgen María. Tendría cuarenta años máximo, cabello largo y oscuro, piel tostada y una contextura gruesa. Con mucha dulzura me preguntó qué era lo que estaba pasando conmigo.


Después de que le explicara, me llevó a dos lugares donde hacían intercambio de monedas. En ninguno trabajaban con la compañía desde la que nos envió el dinero Nova. Fue casi una hora de caminar como corriendo por esa ciudad desesperados y quedándonos sin aliento. Todo para nada. Aunque ella parecía muy determinada, pude ver cuando se rindió en su cara. Ya no había más lugares donde preguntar.


- Gracias de todas formas- lo dije intentando sacar una sonrisa.

- No, no. Espérame un momento. Algo tenemos que poder hacer.

- Pero ¿Qué? Ya a esta hora todos los bancos y casas de cambio deben estar cerrados, o a punto de...

- Tranquilo. Vamos a sentarnos a hablar un rato.


Así lo hicimos. Nos sentamos en una mesa que pertenecía a un pequeño quiosco de comida rápida ubicado en todo el medio de una plaza que se extendía en el centro y a lo largo de la enorme avenida. Nunca vi algo parecido. Esta era una locación hermosa para una película, por ejemplo. Quizás no para la que yo estaba viviendo, pero igual.


-¿Tienes hambre? - me preguntó mientras hacía una llamada en su celular. No me dejó responder - te compro una hamburguesa.

- Ay... muchas gracias. - me sonrojé.

- Tranquilo. Yo voy a ayudarte.


Nos acercamos al mostrador, ella pidió la hamburguesa y yo pensé en Federico automáticamente.


-¿Querías algo para tomar?

- No, gracias. Así está bien...- me sentía un niño de la calle.

- Igual te voy a comprar algo, así que elige...- lo dijo con cierto tono de autoridad, disfrazando su dulzura.


Me senté con esta señora extraña que no dejaba de hablar por teléfono en portugués mientras yo comía. La observé en silencio negociar por un rato. Me comí la mitad de la hamburguesa y dejé la otra para Fede. Ella me preguntó nuestros nombres y luego se los repitió a quién sea que estaba hablando del otro lado. Yo miraba a la gente pasar y exploraba el lugar con vergüenza. Después de un rato, trancó y me miró fijamente.


- ¿No vas a terminarte eso?

- Quiero llevarle la mitad a mi amigo, él está esperando en el terminal y...

- Yo le compro una para él. Termina de comerte esa, muchachito.- ya hasta me había agarrado confianza. Me dió risa y más vergüenza de la que ya tenía.

- Bueno, muchas gracias.

- De nada. Escúchame esto, les conseguí un albergue. Ahí se pueden quedar todo el fin de semana, tienes las tres comidas y un lugar donde dormir. No les gusta mucho recibir extranjeros, sobre todo porque es para personas de muy bajos recursos, pero los van a ayudar. Ahí pueden estar tranquilos hasta el lunes que puedas retirar el dinero. Fue lo mejor que pude conseguir para ustedes.

- ¡Wow! ¡Muchas gracias! ¡No sabes cuánto te lo agradezco! - mi emoción fue tal que ella me frenó un poco.

- Ojo, no es el mejor lugar del mundo, pero es un lugar donde dormir y comer durante estos días.

- Cualquier lugar está perfecto para nosotros. Muchísimas gracias, no tienes idea de lo mucho que nos ayudas.

- Hago lo mejor que puedo. - ahora era ella la apenada.


Entonces me compró la otra hamburguesa para Fede y nos despedimos como si fuera ella mi tía y la conociera de toda la vida.


- Cuídate mucho y a tu amigo. Les deseo mucha suerte. Y toma, con estos veinte reales pueden ir hasta el albergue en onibus y les alcanza para regresar el lunes. Así no tienen que caminar ese trayecto tan largo con el equipaje. ¡Dios te bendiga, José Alejandro! ¡Ve con Dios!.


La dulzura de esta mujer era abrumadora. Su energía me invadió en ese último abrazo que nos dimos. No la volví a ver, obviamente. Pero ¿No le ha pasado que queda satisfecho con lo que vivió con alguien? A veces nos quedamos inconformes, deseando haber compartido más cosas; otras veces, simplemente quedamos felices y agradecidos. Así quedé con esta mujer que me salió de la nada. Alguien me la envió, de eso estoy seguro. ¿Quién? Eso depende de su religión o de lo que usted prefiera creer.


Cuando arranqué mi camino de vuelta al terminal noté el hermoso día que estaba haciendo. Iba lleno de luz y de buenas vibras. Recordé por un instante a esos dos policías que, sin pensarlo mucho, corrieron para ayudarme a llegar al banco. A mí, un perfecto extraño que ni siquiera hablaba su mismo idioma. "En Venezuela eso no hubiese pasado ni haciendo brujería", me dije a mí mismo; y después estaba esta señora. Vaya que señora maravillosa. Es que yo ni siquiera le pedí su ayuda, nada. Ella sola quiso acercarse... que linda persona.


A mitad del trayecto me cruzo con una chica que está repartiendo volantes. Sigo de largo, me detengo y pienso "¿Y si yo trabajara volanteando? No creo que haya que tener mucha documentación para eso... pero ¿Será que sí me contratan?". A estas alturas ¿Qué podía pasar? No perdía nada con preguntar, así que me acerqué. "Yisculpe, ¿Eu no posso trabajar como voce? Eu sou yi Venezuela y necesito yineru porque eu..." y no me dejó terminar. "Eu creu que sí poyi. Alá fica negocio. Vai fala con encargado". Ah, bueno. Crucé la calle hasta esa tienda de zapatos deportivos, entré y pude ver varias promotoras regadas por la tienda, otras dos en la caja y un chico entre ellas. Les comenté mi situación de manera resumida ante sus miradas extrañadas y pregunté si podrían darme una oportunidad. Al día siguiente a las 9 de la mañana tendría que trabajar cuatro horas entregando volantes. Me pagarían cuarenta reales. "¡Dios mío! ¡Qué suerte!".


Caminé como en un musical. Canté y bailé todo el camino en esa hermosa avenida, iluminada por el solazo que hacía. No podía creer mi suerte. Cuando llegué al terminal el pobre de Federico estaba sentado con cara de perro regañado en la misma esquina que lo había dejado. Me acerqué despacio. Él me había puesto la mirada desde que entré.


- No pudiste sacar el dinero ¿Verdad?

- No...

- Yo me lo imaginé. Justo después de que te fueras vi la hora y me di cuenta de que cambió el uso horario y...

- Pero te traje una hamburguesa. - se la entregué y la recibió en silencio. Lo observé abrirla y empezar a comer como con tristeza. Miseria, sería más preciso. Así debía verme yo cuando comí la mía. No aguanté y le lancé la noticia. - Ah, sí, por cierto, ya conseguí un lugar donde dormir. Y un trabajo mañana en la mañana repartiendo volantes; y tengo veinte reales para pagar el bus hasta allá porque no está tan cerca de aquí. Entonces, come con calma que cuando termines nos vamos. - Y sonreí con ganas.


Me encantó como cambió su cara. Los ojos se le abrieron como platos. Me dio la impresión de que me examinaba, como intentando entender lo que yo había hecho mientras estuve ausente. Soltó una media sonrisa y terminó de comer. Negaba con la cabeza mientras comía, me miraba de vuelta, y seguía negando. Qué momento triunfal y lleno de felicidad.

Esta redoma estaba frente al terminal. Del otro lado había otro de buses locales.


Apenas Fede terminó de comer, recogimos nuestras cosas y cruzamos la enorme avenida hasta una estación terminal de buses que recorrían la ciudad. Preguntamos como idiotas durante un rato hasta que dimos con el bus que era. Subí emocionado, como si fuese directo a Disney World, y le pregunté al chofer: "Señor, vamos a un albergue en la calle (inserte un nombre de calle en portugués). ¿Podría indicarnos cuándo tenemos que bajarnos?". Nos miró con la misma cara rara que todo el mundo hacía al vernos y asintió. Entre los pasajeros había una chica que también iba para allá. Se ofreció a guiarnos. Perfecto.


Y así fuimos recorriendo la hermosa Cascavel. Iba encantando. Este parecía un lugar pacífico, limpio y seguro para vivir. Después de unos veinte minutos nos bajamos y seguimos a nuestra compañera unas dos cuadras hasta el albergue. Afuera nos esperaba una portón amarillo con una puerta en el medio. Tocamos. Nos recibió un joven de aproximadamente treinta años con cara de sueño. Era rubio y alto.


- Hola. Somos los chicos de Venezuela. Mi nombre es José y él...

- Pasen. - no me dejó terminar.


La única referencia que puedo usar para hacer una comparación a lo que sentí en ese momento es cuando le dices a un niño que va para el parque y lo llevas al médico. Lo primero que vi fue el patio de una casa enorme con bancos a los lados, tres o cuatro hombres con muy mala pinta fumaban por ahí y nos examinaban. De frente a nosotros venía una señora de más de sesenta años arrastrando los pies, con un cigarro en la mano y cara perdida. No hacía más que eso todo el día todos los días, caminar como un alma en pena mientras fumaba.


En la primera puerta a la derecha, entramos. Había un mostrador con lockers atrás y un armario cerrado con llave. La recepcionista nos señaló el final de un pasillo que quedaba frente a la caja. Nos hizo dejar todo nuestro equipaje en ese armario con nada más que un papelito con nuestros nombres encima. Al final del pasillo había una sala de espera, donde estaba el resto de los inquilinos ubicados frente a un televisor en el que pasaban "El Chavo" en portugués. Niños y adultos (todos con muy mala pinta) se sentaban por todo el lugar para ver con mucha atención el programa mexicano. Federico y yo esperamos afuera de una puerta en un lado de esa sala a que nos atendieran. Cuando cruzamos miradas sentí que iba a regañarme como siempre. ¿Qué me iba a decir? ¿Que pusiera cara de hombre, de malandro? ¿Cómo coño iba a disimular mi pánico? Yo estaba listo para refutarle, solo que, lo que me dijo me dejó en blanco.


- Sí... - como analizando mi cara - esa debe ser mi misma cara en este momento.


Bueno, por lo menos no era el único que se había cagado en los pantalones. Reflexionando en ese momento me vino algo a la mente que me hizo soltar un grito ahogado: recordé como estaba vestido. Toda mi ropa de mochilero estaba demasiado mugrienta en este punto del viaje. El único pantalón limpio que me quedaba era tipo caqui, el más caro que tenía. Lo compré en un centro comercial carísimo de Caracas cuando estaba en oferta. Pero no podía usar ese pantalón con cualquier franela. Así que tenía una linda camisa de vestir y mis mejores zapatos. Mi celular, grande y nuevo, estaba en mi bolsillo. Yo debía parecer un cebo andante. Respiré profundo y escondí mi cara entre mis manos. Ahora sí estaba aterrado.


Por fin se abrió la puerta y nos recibió una mujer alta y amargada. Nos hizo llenar una planilla a cada uno donde quedaría registrada nuestra estadía en ese tétrico lugar. Ella no quería recibirnos, y ahora que veía nuestras caras de susto, menos. Obviamente prefería destinar a ese lugar a gente con mayor necesidad que un par de jóvenes con un celular caro y ropa de marca.


- Esto funciona así. Todos los días deben estar aquí a partir de las seis de la tarde y antes de las siete. Apenas entran, se bañan. Sin excepción. Después servimos la comida. A las ocho ya deben estar en el cuarto y a las diez les apago la luz. Deberán despertar a las seis de la mañana, desayunar y a las siete ya tienen que irse. No pueden quedarse aquí durante el día. Pueden venir al mediodía a almorzar y se vuelven a ir a la una. No se permiten los escándalos ni las peleas. No nos hacemos responsables por sus pertenencias así que cuídenlas. - todo esto en un portugués demasiado confuso como para escribirlo.


No parece tan emocionante ahora ¿Cierto?. Ahí nos quedaríamos tres noches seguidas hasta el lunes. Salimos de ese cuarto como regañados y pasamos de largo ante las miradas de ese montón de gente. En un momento como este es normal intentar encontrar las causas de semejante situación. Uno retrocede para descubrir que fue lo que lo hizo llegar hasta aquí, como arrepintiéndose, aunque ya no haya vuelta atrás. Estando yo en esa introspectiva, el televisor me tiró una respuesta automática: "El Chávez", escuché de repente. Pensé que me había vuelto loco. No, no se trataba del presidente. Esa era la traducción de "El Chavo" en portugués. Fue demasiada casualidad, y por eso fue una causa inminente para mí.


- Maldito Chávez. Maldito Maduro.


Tuvimos que entrar al armario unos segundos a buscar nuestra ropa para dormir. Aseguré todo lo que pude con candado. Federico y yo estuvimos en silencio todo ese rato. No tengo ni idea de lo que estaría pensando él. Hablamos, por fin, porque nos vimos obligados. Nos entregaron una toalla y un jabón a cada uno antes de entrar al baño. Cuando lo vimos por dentro nuestra reacción fue natural.


- Marico...

- Ah ok.


Sea honesto consigo mismo, le provocó darse un duchazo de repente.


Como usted podrá observar, ¡No tenía puertas! Las duchas estaban apenas separadas entre sí por unos pequeños muros. El inodoro estaba en un lado, también sin privacidad. Los hombres se pasaban por ese enorme espacio cubierto de lozas blancas llenas de tierra (y quién sabe qué más) desnudos. Miré a Federico como pidiendo auxilio. Él estaba igual de petrificado que yo. No recuerdo haberme bañado tan rápido en mi vida. No sabía a qué temerle más: si a que alguno nos golpeara o matara, o a que nos violaran. Sí, me pasó por la mente. ¿A usted no le pasaría algo así por la cabeza en semejante escenario? ¡Tendría que haber visto a esos indigentes desnudos! ¡Eran todos unos trípodes! Yo siempre creí que mi pene era tamaño promedio. Después de ver esto me di cuenta de que tengo una salchicha de coctel. Demasiada realidad por un día.


Durante la cena no mejoró mucho mi nerviosismo. Era impresionante como, aunque todos nos bañamos (supuestamente), la mayoría seguía oliendo a podrido. Había de todo en ese albergue: los hombres adultos, que eran mayoría, todos altos y agresivos; también se quedaba allí una mujer de aproximadamente treinta años con cinco hijos, tres rubios y dos negritos; estaba la otra señora que parecía un espectro; tres chicos de África, enormes y con panzas bien alimentadas, entre otros. Estos chicos fueron los primeros con los que hicimos contacto. Resultaron ser tímidos pero simpáticos. Pudimos notar también que eran los que olían peor de todos.


Por lo menos la comida estaba deliciosa y era bastante, fue lo único de lo que nunca nos quejamos. Comimos y subimos al cuarto de una vez. Más de veinte camas y colchones se repartían por el enorme espacio color blanco. Cuando vi ese montón de hombres robustos ubicándose, riendo a carcajadas y hablando de quién sabe que cosa, me acerqué a Federico para susurrarle algo al oído.


- Fede.

- ¿Sí?

- ¿Recuerdas que me dijiste que me querías cuando estábamos en Campo Grande?

- Sí...

- Bueno, ahora te aguantas que duerma contigo y probablemente te abrace. Porque yo no voy a dormir solo con este montón de maniáticos. ¿Oíste?

- Sí.

- Bueno. Me alegra haber dejado eso en claro.


Así mismo lo hice. Buscamos dos camas que estuvieran una al lado de la otra. Apenas apagaron la luz, las pegué y me acerqué a Federico. Al principio no podía dormir. Primero, porque eran "las diez de la noche" y no había oscurecido. Aquí oscurecía tardísimo. Y segundo, estaba demasiado pendiente del mínimo ruido que se escuchara en el cuarto. No me atreví a abrazar a Federico, pero sí lo agarré toda la noche. Sentí la necesidad de tener contacto físico para asegurarme de que estuviera a mi lado. Le metía la mano debajo de la almohada (cosa que hago desde que puedo recordar), debajo de la espalda, o le agarraba el brazo. Nunca me dijo nada. Me gustó sentir su calentura. La temperatura no era precisamente fría, pero me calmó mucho tenerlo tan cerca. No me atrevo a decir que dormí, pero la noche pasó y no me di cuenta.


Al día siguiente me desperté temprano para ir a repartir volantes. Estaba contento de trabajar y dejar el albergue del horror por un rato. Federico se vino un poco más tarde que yo. Cuando llegué la tienda no había abierto al público todavía. El encargado me pidió que aguardara y me sentó unos minutos mientras conversaba con las promotoras. Luego se acercó y se sentó de frente. Era un rubio alto y flaco, muy guapo, por cierto. Me preguntó qué había pasado conmigo. Esta vez sí le conté con detalles mi situación en mi intento de portugués. Escuchó atento, igual que las chicas que pretendían pasar por ahí como si nada, pero que estaban pendientes de mi historia. Ninguno me podía creer lo que habíamos estado haciendo Fede y yo. Gracioso fue cuando les comenté que era aún más difícil para mí hacer cualquier cosa porque no hablo portugués.


- ¡Pero si voce fala mutto bom portugues!

- ¿Eh? ¿Eu?

- E.

- ¿En serio?


Nos reímos. En ese mismo instante mi nuevo y lindo jefe temporal me enseñó donde debía volantear y me dio las indicaciones mientras caminábamos hacia la esquina que me correspondía.


- Voce solo tein que entregar volachis ña personas y yecir "Bom yía". ¿Entendió? Eso e todo.

- Beleza.

- Son cuatru horas. Poyi cambiar yi lugar depois yi un rato si quiere. Eu traje aomozo pra voce al finalizar la jornada.


La navidad había llegado casi por completo a la ciudad esos días. Yo suspiraba, cautivado por tan lindas decoraciones.


Me enamoré por cinco minutos. No podía ser tan dulce como para haberme traído un almuerzo de su casa. Lo miré con cara de fan enamorada mientras se alejaba y yo me quedaba ahí con el montón de volantes. Otra vez era un día hermoso y soleado. Sentí que formaba parte de algún musical parado ahí volanteando, luchando por alcanzar mi destino. Canté hasta el cansancio, bailé un poco haciendo gestos de cortesía a quienes me recibían los volantes, sonreí hasta que me dolió la cara. "Bom yía", decía una vez, "¡Bom yía!" otra más, siempre cambiando los tonos en los que hablaba pero con mucha felicidad y ánimo. Debía verme muy gracioso con mi ropa de vestir volanteando y con cara de felicidad de cuento de hadas.


Después de un rato comprobé que había algo distinto en la gente. Eran todos rubios. "Momento, ¿Dónde estoy?" me pregunté unos segundos. Esta zona de Brasil no es nada como lo que nos pintan en los comerciales y noticias a nivel internacional. Yo me había imaginado un montón de garotas, mucha piel oscura y desnuda. En Cascavel habían más rubios con cara de europeos que nada y todo el mundo se cubría lo suficiente porque hacía bastante brisa fría. Era el clima perfecto y la gente más guapa que había visto en mi vida. Claro que me sentí obtuso por generalizar y haberme creado un estereotipo (cosa que detesto que hagan), pero eso es lo que pasa cuando no sabemos. Por eso hay que viajar, hay que leer y ver cosas nuevas todos los días. No era mi culpa no ser de Brasil y no saber de la existencia de esta zona, pero sí lo era por no haber estudiado.


Me regañé a mí mismo y seguí adelante, atontado por lo atractiva que me resultaba toda esta gente. Esta ciudad de verdad era perfecta: grande pero no demasiado poblada, con un clima muy rico y gente guapísima. Provocaba quedarse y todo. Mientras yo seguía con mi "Bom yía", apareció Federico. Lo animé a que buscara un trabajo como el mío. "Quién sabe, tal vez haya otro lugar en el que busquen ayuda solo por hoy", le dije.


Después de un buen rato de que me rechazaran los volantes empecé a apreciar a quienes los tomaban con una sonrisa y me decían "obrigado". Pensé que lo correcto era agradecerles también por aceptarlos, ya que había quienes no los recibían. Según mi mente de genio, si "obrigado" era "gracias", "gracias a ti" debería ser "obrigado voce". Duré un buen rato diciendo esa tontería a la gente ante los ojos de una chica que me veía mientras esperaba en la puerta de la tienda en la que trabajaba con cierta risita. Casi todos me miraban con mala cara. Fue entonces que ella se acercó a mí y me preguntó qué estaba diciendo. Yo intenté explicarle mi lógica pero ella no entendía por qué tenía que agradecerles yo a ellos. Al final me dijo que, si quería agradecerles, lo correcto era "Eu te agradezco". "Obrigado voce" no existía, y sonaba más como "agradecido está usted". Los dos nos reímos de mi estupidez.
























Estas fotos me las tomó Federico "al descuido". Como verá, soy pésimo modelando.


Poco antes de terminar mi jornada, Federico apareció de nuevo. No consiguió trabajo, pero juntó unas monedas y me compró una galleta con helado que estaba espectacular. Pude apreciar mucho su gesto. No imaginé que tendría un día tan lleno de felicidad en un buen tiempo. Por fin regresé a la tienda, mi turno había terminado. El príncipe encargado me pidió que me acercara al mostrador donde estaban las otras chicas. Se juntaron detrás de él mientras hablaba conmigo. Estaban todos como emocionados, esperando mi reacción.


- ¿Cómo te sentiste? ¿Todo bien?

- Sí, perfecto. Todo sin problemas. No puedo agradecerte lo suficiente por esta oportunidad.

- Bueno, bueno, esto es lo que vamos a hacer. Aquí están tus cuarenta reales. - yo los tomé despacio. - Compramos dos almuerzos, uno para ti y uno para tu amigo. -los recibí sorprendido. Estaban en una bolsa plástica ambos. - y... estos son dos vales para boletos hacia Fuz do Iguazú. Pueden irse ahora mismo si lo desean, solo tendrán que presentar estos boletos modificables y les darán dos genuinos en el acto. - esto último me dejó boquiabierto y tembleque.

- ¡Wow! ¡Muchas gracias! yo...


Esta fue la última vez que me reventé a llorar durante el largo viaje. Después de todo lo que nos había pasado, seguíamos encontrando personas maravillosas dispuestas a ayudarnos. Fuz do Iguazú no es Buenos Aires, pero estaba en toda la frontera con Argentina. Estábamos cada vez más cerca de llegar. Y todo gracias a este grupo de extraños que se molestaron en comprarnos comida y estos boletos a cambio de nada. Me conmovió mucho la bondad con la que me dijo todo este chico. Era una mezcla de sentimientos: agradecido estaba, sí, pero también pensaba en la miseria en la que estábamos sumergidos como para que yo me emocionara de tal forma. "¿Me volví un indigente, será? Acabo de ver una luz al final del túnel".


Otra cosa que se sembró en mi mente fue "no sé nada, no soy nada". Una tontería como haber entendido mal el origen del almuerzo me llevó a otro enredo mental. Yo pensé que lo había traído de su casa, pero en realidad lo había comprado. Era culpa del idioma, el siempre presente error de comprensión en el lenguaje. Ese era solo un mínimo reflejo de la ignorancia en la que me encontraba (y aún me encuentro) sumergido. Me llevó a pensar que no sé ni entiendo realmente nada de lo que creía. Yo de verdad me había encontrado con gente valiosa en ese país vecino al cual nunca le había prestado demasiada atención. Lo menos que imaginaba era todo esto que había vivido.


Para mí siempre es abrumador cuando la realidad me golpea y me recuerda que no sé nada, y que todo lo que estoy viviendo, lo que creo y lo que veo, son solo mi perspectiva de las cosas, basada en lo que me ha rodeado durante toda mi vida. Iba a ser demasiado complicado explicarle esto a los chicos en portugués, aunque mi portugués fuera "bueno", según ellos. Preferí calmarme, despedirme con cariño y salir de ahí agradeciéndoles demasiado. Afuera me esperaba Federico. La noticia lo dejó tan atónito que ya parecía molesto y todo. Su respuesta fue algo como "no te creo que seas tan suertudo. Anda a cagar". Nos reímos y fuimos a sentarnos en la hermosísima plaza que quedaba por ahí a comer.


Otra vez se trataba de esos platos enormes demasiado llenos de comida para nosotros. Compramos una bebida para compartir con la comida. Se hicieron las tres o cuatro de la tarde. Nos quedaba un rato más para caminar por ahí antes de que nos tocara regresar al albergue. Eso hicimos. Recorrimos la ciudad como dos turistas más mientras discutíamos si salíamos de una vez o esperábamos hasta el lunes para retirar el dinero. La decisión final fue quedarnos. Mañana podíamos pasar todo el día tranquilos en la calle y el lunes iríamos temprano por el dinero. No hicimos más que tomarnos fotos y disfrutar. Uno de esos ratos nos metimos en un centro comercial pequeño donde pude conectarme a una red y comunicarme con mi familia.


De casualidad habían muebles para sentarse. Ahí me ubiqué y llamé a mi familia. "Aquí estoy, en la recepción del hotel. Todo bien, esperando a que se haga lunes para retirar más dinero y seguir". No recuerdo haber dicho tantas mentiras seguidas en mi vida, pero no quería matar de un susto a mis delicados y nerviosos padres.

Fue en el quiosco de atrás que me senté con la señora a comer la hamburguesa. Esta foto refleja lo que me inspiró la ciudad esos días.


Ya para las seis de la tarde estábamos de vuelta en el albergue. Nos tocaba bañarnos. Cuando entramos el baño estaba lleno. Había que esperar a que alguno terminara para usar una de las duchas. Teníamos dos o tres hombres por delante. Uno de ellos era de baja estatura, esquelético y tenía una deformación en las piernas. Era otro trípode más, eso sí. Que impresionante. Se me ocurrió que tal vez no usaban nunca ropa interior y por eso les colgaba todo el tiempo, lo que hacía que se les estirara. Necesitaba encontrar una explicación. No vaya usted a creer que yo estaba asomado mirando con detalle a cada uno de los indigentes. La verdad es que mi tipo de chico es bastante diferente. Es solo que era inevitable mirar porque todos se paseaban por ahí desnudos gritando cualquier cosa y riéndose a carcajadas. ¿Cómo no verlos?


Justamente estaba pensando en eso de que era imposible no mirar, cuando Fede se acercó para decirme algo en voz baja. Del lado de los lavamanos estaba un hombre de unos treinta años totalmente vestido, sentado ahí "cargando su celular".


- Este bicho (hombre) es marico.

- ¿Cuál?

- El que está aquí al lado. ¿Qué hace cargando el celular aquí? Como si no hubiese un conector afuera. Ese está es viendo a los tipos desnudos. Mira como los ve ¡Es obvio!


Tenía razón. Estaba mirando directamente a los penes. Nos burlamos de él sin que se diera cuenta (según nosotros) porque Federico me comentaba todo en español. Nadie nos iba a entender. Rato después, cuando estábamos cenando junto a dos tipos con cara de matones, la conversación empezó a fluir con uno de ellos. El otro estaba bastante más amargado. Fede, que era el que estaba más cerca del chico sociable, le comentó del mirón en los baños. Terminó preguntándole como se dice "homosexual" en portugués. "Viado" fue la respuesta. "Pues ese que ves ahí, es viado". Los tres comenzamos a reír a un volumen considerable. Entonces, el amargado me miró como extrañado. Yo (como siempre, más salido que un balcón con jardín y terraza) le conté entre risas.


- Aquel minino es viado. - y seguía riendo.

- ¿Qué?

- ¡Es viado!

- ¿Y qué paisa con eso? ¿Tein algún problema? - lo dijo en tono de amenaza.

- Cállate que te vas a meter en un peo (problema). - me dijo Federico, susurrando y fingiendo una sonrisa.


Tragué grueso y bajé la mirada a mi plato. El otro chico le preguntó a Fede de quién estábamos hablando. Cuando se lo señalamos nos dijo "Ah, e. Ese viene yi Paraguay. ¡Mutto raro minino! No fala nada yi portugués". Federico y yo nos miramos en el acto. "El coño de su madre". Ya habíamos socializado lo suficiente ese día. Nos levantamos y fuimos al cuarto de una vez. Esa noche no dormí junto a Federico, pero no estaba tan asustado como el primer día. Despertamos tarde el domingo. Notamos que nadie estaba listo para irse. Los domingos eran los únicos días de la semana en los que podíamos quedarnos todo el día. Yo no quise quedarme. Le dije a Federico para caminar por ahí y conocer mejor la ciudad. Teníamos los cuarenta reales para comer alguna tontería porque mañana retirábamos el dinero temprano.


Una vez más, tomamos fotos, compramos un helado de chocolate que sabía a gloria y nos metimos en un centro comercial a ver a la gente entrar al cine y esas cosas para nada dignas de indigentes como nosotros. Desde ahí llamé a mi familia otra vez. Mi mamá se quedó tranquila al ver como estábamos. No pudimos caminar mucho rato más porque empezó a llover. De todas formas la ciudad estaba vacía. Parecía de juguete si veías la decoración de navidad casi lista en todos lados con luces y demás, sin señales de gente a la vista. Caminamos de regreso al albergue como a las tres de la tarde.



Los más turistas de todos. Nos tomamos fotos en esta plaza espectacular. El cartel de "Avenida Brasil" me recordó a mí mamá que ve una novela con ese mismo nombre.


Nos encontramos a los tres chicos de África en el camino y seguimos hablando con ellos en una mezcla de inglés, portugués y español hasta el albergue. Decían que estaban viajando por el mundo, pero qué condiciones habían escogido. Se sentaron con nosotros en los bancos que había en el patio. El resto nos miraba expectante. Poco a poco fue fluyendo la conversación entre una cosa más rara que la otra. Nuestro compañero de piernas atrofiadas estaba jugando con uno de los niños a simular en velorio de un Ronald Mcdonald de juguete con un estuche de lentes. Lo pasearon por todo el albergue mientras los demás no les hacían el más mínimo caso.


La madre del niño estaba sentada en una esquina con los otros, obviamente de padres diferentes, sacándoles piojos. Traté de disimular mi asco. Estuve revisando mi cabeza al sentir lo más mínimo hasta cuatro días después de eso. Me dio mucha tristeza pensar en las condiciones de vida por las que habrían tenido que pasar esta mujer y sus hijos antes de llegar hasta aquí. Claro, nadie la mandó a embarazarse cinco veces, y de hombres diferentes, pero quién sabe de dónde venía. A todas estas, la abuela seguía rondando toda la casa con su cigarro, inexpresiva, sin hablar ni mirar a nadie.


Uno de los hombres que estaban cerca de nosotros quizo intimidarme contándome historias de asesinos y malandros de las calles de Brasil. Lo que en realidad me asustó fue la mala intención que vi en sus ojos; porque la historia era cualquier cosa al lado de lo que uno ve todos los días en Venezuela. Federico saltó a defenderme en el acto. Los dos hombres intercambiaron una historia más fea que la otra hasta que por fin cambiaron de tema.






















Estas fotos sí fueron al descuido, esperando en el comedor a que pasaran las horas.


Luego de un rato de hablar de cualquier cosa, alguien sacó un ajedrez. Fede lo desafió en el acto. Yo me estaba enterando de que jugaba. Les ganó a todos, no perdió ni una vez. Claro, es difícil pensar que alguno de estos chicos había estudiado algo alguna vez en su vida, me parece que no debe haber sido tan difícil para él. Yo nunca he sido fan de esos juegos. Me aburrí rápido y me fui a cargar mi celular en el comedor. Allí conocí a una chica que no había visto antes en el albergue. Su historia me sacudió.


Esta joven venía de otra pequeña ciudad del país. No conocía Cascavel. Vino a buscar a una chica con la que sostuvo una relación amorosa por más de un año. Esta chica estaba estudiando en esa otra ciudad. Su familia vivía en algún lugar de Cascavel; no tenían la menor idea de que era lesbiana. Un día esta joven, que usaba el cabello con dreadlocks color amarillo, quiso contactar a su novia y no pudo hacerlo. La había bloqueado en Facebook, no contestaba su celular y nadie sabía a donde había ido. Solamente recibió un mensaje un tiempo después en el que la chica terminaba con ella para siempre. "No entendí nada. Uno no deja a alguien así como así. Sobre todo me sorprendió porque nuestra relación era perfecta", me dijo.


Entonces se dedicó a investigar qué estaba haciendo su chica en este momento. Descubrió por una amiga en común que sus padres se enteraron de la relación que sostenían y la habían aislado de todas sus amistades. Se la llevaron de la ciudad y la internaron en un Hospital/Iglesia (nunca entendí) donde "curarían su homosexualidad". Pero mi amiga rastafari no se iba a dar por vencida con tanta facilidad. No tenía mucho dinero ahorrado, pero igual decidió viajar hasta allí y buscarla hasta quedarse sin aliento. Ella ni siquiera era pobre, era clase media. Tenía un buen celular. Solo que no tenía dinero para pagar hoteles por tiempo indefinido, así se que se quedaba aquí mientras tanto y hacía trucos con banderas en los semáforos para no morir de hambre. Ese era su plan hasta encontrarla.
























Lagrimeó un poco cuando me contó que justo esa mañana la contactó por Facebook. Su novia estaba diferente, decía que ya no era lesbiana y que había cambiado, pero ella sintió que dudaba al hablarle. No quiso darse por vencida. Aunque no conocía la ciudad, pensaba recorrerla hasta encontrarse de frente con el amor de su vida y comprobar que la había olvidado. Dejó todo atrás por esa muchacha. Yo no supe qué decirle. Estuvimos de acuerdo en que nuestra determinación por lo que nos importaba era la misma, aunque nuestros casos fueran tan diferentes. Entre tanta charla llegó de nuevo la hora de la cena, y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos dormidos.


Despertamos al día siguiente dispuestos a conseguir ese dinero y seguir hasta Fuz do Iguazú.

El último día que estuvimos en el albergue pregunté si podía tomarme una foto con la planilla. Yo quería tres, siendo las otra de perfil como en las cárceles, pero Federico me regañó y me llamó imprudente.


Agarramos nuestro equipaje y salimos. Justo en la acera frente al albergue se cayó el papelito que habían pegado sobre mi equipaje con mi nombre.


- ¡Mira eso! Mi nombre quedó en el piso, como mi dignidad.- le dije a Federico entre risas.

- ¿Dignidad? ¿Qué es eso? - nos reímos un buen rato de nuestra suerte.


Por andar de tragones, no nos había quedado ni un real así que nos tocaba caminar hasta el banco. No aguanté más de quince cuadras cargando las maletas. "Vamos en bus", dije. "¿Cómo piensas pagarlo?" me retó Federico. "Ya lo veremos". Llegamos hasta una parada que nos servía y esperamos a que alguien se acercara. Confiado en mi buena suerte, le ofrecí lo que quedaba de mi perfume a una chica que llegó a esperar el mismo bus y me dijo que sí. No pensé que me lo fuera a aceptar a cambio de dos pasajes que no valían nada al lado de una fragancia como esa, pero sí lo hizo. Bueh, regalé un perfume... pero ya íbamos en camino.


Antes de que llegáramos a la parada reventó una lluvia potente. Fue inevitable que nos empapara de pies a cabeza al caminar hasta el banco. Llegamos. Una vez más, saqué mi pasaporte y busqué en mi celular la captura de pantalla que me había enviado Nova con los datos necesarios para retirar el dinero. Subí en un ascensor dentro del banco. Esperé al rededor de treinta minutos hasta que salió mi número en la pantalla.


El Banco de Brasil tampoco podía darme el dinero. En Brasil los bancos no le dan dinero a extranjeros a menos que tengan residencia precaria o permanente. No importó lo mucho que le insistí a la cajera, que tenía toda la disposición de ayudarme, sin un documento era imposible el proceso. Me levanté de la silla, bajé en el ascensor y salí de ese banco lleno de ira.


- ¡Estuvimos esperando en ese albergue de mierda como unos mongólicos hasta hoy para que me vuelvan a decir que no le dan un coño de su madre a extranjeros en esta porquería! ¡Ya me cansé de esperar por estos imbéciles! ¡Vámonos! ¡Ya mismo! Y veremos que hacemos en Fuz do Iguazú. Si pude hacer algo aquí, algo más tenemos que poder hacer allá.

- Ya va, ya va. Espera, no te vayas por los impulsos. Yo creo que hay un Western Union allá, vamos a averiguar primero.

- Y ¿Qué se supone que vamos a hacer si no hay nada? ¡Yo no pienso volver a ese albergue! ¡Te lo aviso de una! Da igual si podemos resolver o no. Hay que seguir.

- Pero ¿Puedes averiguar?


Ya sé. Él tenía razón. Disculpe usted, yo soy una persona dramática, intensa y, en este caso, impulsiva. Si no estuviese en una situación como esa probablemente hubiese sido más sensato. Regresamos al pequeño centro comercial en el que podía conectarme a internet y averiguamos la dirección de la agencia en Fuz do Iguazú. Aproveché para comunicarme con mi familia otra vez (saliendo del loby de hotel, según ellos) y partimos al terminal. En la fila para cambiar mis pasajes conocí a un chico muy simpático que me reiteró que mi portugués era muy bueno. Yo le decía que estaba enamorado de la ciudad y que me quedaría si pudiera.


- Y ¿Por qué ñaun fica?

- Por mis documentos, que yicen todo para Argentina. Además, no falo portugués. - me reí.

- Voce y eu estamos falando portugués. ¿Sabe? Voce fala mutto bom.


Entonces ya puedo decir que hablo tres idiomas. ¿No? ¡Ja! Sí, claro. No entiendo a qué se refería. Con solo escucharme a mí mismo percibía el tono medio tonto que me sale. En fin, por lo menos sé que me defiendo.


Por un momento me preocupó la cantidad de gente que había esperando para comprar, pero fue para nada. Salimos en el bus de las doce del mediodía. Iba casi vacío. Como todos los viajes anteriores, respiramos y nos acomodamos en los cómodos asientos. Fede me miró sonriendo, buscando darme ánimos. Yo aún estaba molesto y frustrado.


- Momento. Antes de que arranque este bus y sigamos con calma, dejando todo atrás, quiero decirte lo que aprendí en estos días. - ya yo estaba sonriendo un poco también.

- A ver...

- Somos ciegos.... - Los ojos le llegaron al cráneo. Se preparó para el drama con el que le venía.


Usted podrá decir que soy un llorón, pero hay mucho de cierto en lo que digo. En cierta forma, somos egoístas. Y no es intencional, es culpa de nuestra propia ignorancia. ¿Cómo lamentar algo que no sabemos que sucede? Y al verlo ¿Podemos hacer algo al respecto? La verdad, lo dudo. Lo mejor que podemos ofrecer es ser la mejor versión de nosotros mismos. No piense en Federico y yo, no piense que quienes nos ayudaron; piense en lo que pasa a diario en el resto del mundo. ¡Son demasiadas cosas! ¡Hay demasiada necesidad! Y aún con toda la tecnología que hay hoy en día, no hay manera de saberlo todo. Mucho menos podríamos ayudar absolutamente a todo el mundo al mismo tiempo. Es por eso que estamos solos, porque, al final, cada quién está sobreviviendo a su manera.


Ya podemos "saber" mucho más que antes gracias a las redes sociales y al internet. A diario leemos de todo tipo de noticias gravísimas de un país o de otro. Compartimos, manifestamos nuestra molestia con nuestros pocos amigos en Facebook y ahí queda nuestra participación. Las organizaciones que deberían intervenir a nivel internacional no hacen nada la mayor parte del tiempo. Y nosotros, que somos ciudadanos, que no movemos masas ni manejamos grandes cantidades de dinero, no podemos hacer más que saber y denunciar. Pero hay que saber, eso sí. Estar conscientes de que no somos los únicos luchando por algo, sintiéndonos asfixiados por nuestros propios problemas. Y no importa si el problema de "quién" es más grave que el de "cuál", porque nadie tiene la culpa de haber nacido en la realidad que le tocó.


Es importante saber que el mundo se cae a pedazos, que está de cabeza. Y aunque no podamos ir y luchar una guerra en este mismo instante para arreglarlo, podemos emprender dos misiones para aportar nuestro grano de arena: primero, saber que nuestros problemas no son los peores y que el hecho de estar en una lucha o búsqueda constante es normal, es lo que nos hace humanos. Y en segundo lugar, hay que tener la disposición de ayudar en lo que podamos cuando esté a nuestro alcance; como todos los que me ayudaron (o al menos lo intentaron) en esta ciudad. Mientras lo que tanto buscamos no sucede, no está de más agradecer lo que nos ha tocado, incluyendo nuestros problemas. Siempre (y ahora lo entiendo cuando lo digo) se puede estar peor.


No soy un sabiondo. ni un líder. mucho menos soy un héroe por hacer lo que he hecho. Yo solo sé muy bien que algo pasó conmigo en ese viaje. Soy otra persona.

Este musical se llevó una cantidad de premios impresionante este año en los Tony. Aunque su trama es parte de la historia de Estados Unidos, muchas de las letras de su escritor, Lin Manuel Miranda, están muy acertadas con respecto al mundo en el que vivimos hoy en día. "Yo no voy a desperdiciar mi oportunidad. Verás, soy tal como mi país: soy joven, luchador y estoy hambriento y no voy a desperdiciar mi oportunidad. Hasta que el mundo quede de cabeza... El mundo está de cabeza".


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