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7. Nada de "Calma" en "Campo Granyi".

IMPORTANTE: Aquí sí es verdad que todo se fue a la mierda. Tome sus previsiones antes de ver las imágenes que está a punto de ver. Recuerde que nada ha sido alterado. Esta vez el tema de fondo es un featuring musical especial, aún más importante.


- Pedofilia. Es todo lo que puedo pensar.

- Lo peor fue su intento desesperado. ¿Qué hace un tipo de veintiocho años persiguiendo como loco a una niña de trece? Armó un show descomunal buscándola. ¿No puede controlarse una de su edad? A mí me gustan menores, pero no tanto.

- A mí me gustan mayores. Me interesa un tipo que tenga más experiencia que yo, alguien de quien pueda aprender cosas nuevas. Aunque, sinceramente, habría que calcular la verdadera proporción de edad entre la mente y el físico que tiene esa niña porque si mueve el culo así... quién sabe.


Lo mejor que pudo salir de la incómoda situación con Omiú en el terminal fue la conversación que Federico y yo tuvimos esa noche. Se tornó interesante, íntima. Tocamos muchos temas diferentes, empezando por el del sexo. Salieron un par de cosas sobre ambos que probablemente el otro no quería saber, pero ni él se quejó ni yo puse malas caras. Digo yo. Fue divertido, nos mantuvo entretenidos durante el viaje, que era la ruta más larga en bus hasta el momento. Hacía paradas casi cada hora en pueblitos y ciudades en las que gente bajaba y subía. Nosotros seguíamos ahí, hablando de que el sexo con flujo vaginal y/u/o de regla no es tan asqueroso, entre otras cosas. Menos mal que las probabilidades de que alguien hablara español eran nulas.


Me contó que había estudiado Filosofía por un tiempo y unas dos carreras más antes de entregarse por completo al teatro. Incluso consideró ser cura por un tiempo, mientras estuvo metido de lleno en un seminario con el que viajó por todo el país y compartió experiencias maravillosas con indígenas y personas de bajos recursos. Aunque me pareció insólito su cuento (tomando en cuenta sus ideales actuales, dignos de un actor del método), pude notar pureza y energía positiva en él. Definitivamente es una muy buena persona. Más dulce de lo que parece con esa cara seria y a veces inexpresiva que tiene. Yo estaba enajenado hablando con él, mirándolo y analizando su perspectiva de las cosas. También pude haber modificado mis propios ideales discutiendo con sus ojos intensos y sus cejas pobladas. "Estamos filosofando. ¿Sabes?", me dijo. No entendí por un segundo. "Esto que estamos haciendo es filosofar. Hablar, analizar, compartir nuestras experiencias tratando de entender lo que nos rodea". No se me había ocurrido.


Es que es algo para ponerse a pensar. La filosofía es una ciencia, un objeto de estudio, hay profesionales dedicados netamente a ello. Pensar que una cuerda de borrachos que nunca estudiaron nada discutan sobre su forma de ver las cosas y el por qué de sus situaciones no parece tan serio, al menos desde mi punto de vista... en fin. Así se nos pasó la noche. No dormimos nada. El único rato que nos quedamos medianamente dormidos se subieron dos chicos en una de las paradas con un escándalo imposible de ignorar. Y eso que a mí, por lo general, no me despierta nada.


Estos dos chicos me recordaron a "Kenan y Kel", un par de comediantes de una serie muy exitosa en los noventa. Eran igual de imprudentes, ruidosos y hablaban como tontos. No sé bien que decían pero reían como estúpidos y a todo volumen. Respetar el descanso de los demás pasajeros que vienen desde antes con todas las luces apagadas y las cortinas cerradas no debe haber pasado por sus cabezas. Para mayor colmo empezaron a quejarse del aire acondicionado. Lo entendí a medias. Cuando vino un representante de la línea de buses a bordo le reclamaron de forma grosera el funcionamiento del sistema. Varias veces estuve a punto de voltearme para pedirles que se callaran pero no lo hice porque no quería un problema con gente explosiva como ellos y porque era muy probable que no me entendieran un carajo. En todos los puntos que pasamos de Brasil nadie hablaba español ni mucho menos inglés. No entendían ni aunque habláramos lento. O quizás no querían entender.


El punto es que este par se quejó por un buen rato del aire, agregando que ambos eran "motoristas". "El coño de su madre, son motorizados", le susurré a Federico. Hasta pensé que podrían asaltar el autobús en cualquier momento. "Calma", me dijo. Pero yo no aguantaba la ansiedad. Y así seguí durante el resto del viaje, hasta después que se callaron los insoportables. En una de las paradas a un lado de la vía, comentaba con nuestras amigas adolescentes, que venían a tres o cuatro puestos de nosotros, que estos dos no tenían buena pinta y que, en Venezuela, el hecho de que alguien sea motorizado no lo hace necesariamente un malandro pero que, por lo general, uno se asusta. "Motorista es el chofer de buses, no de motos". Ah... upsi.


Y así llegamos a Cuiabá. La ciudad se abrió para nosotros como una dimensión futuristítica y nos absorbió en el acto. Vistosa, de avenidas y edificaciones enormes, despierta aunque era tarde en la noche. "¡Esto me gusta mucho más!" me dije. El terminal era igual o quizás más grande que el Aeropuerto Internacional de Maiquetía en Caracas, incluso se veía parecido en ciertos puntos. Llegamos allí, saludamos desde lejos a nuestras amigas adolescentes que seguían en el bus y bajamos. Con el Wi-Fi de una de las salas de espera, pude comunicarme con mi familia y Federico con la chica que nos enviaría el dinero. Ya él le había avisado que nos depositara. Le mandamos fotos de nuestros pasaportes y decidimos seguir de una vez hasta Campo Grande. Nos quedábamos en cero, pero allá podríamos retirar el dinero a primera hora y listo. Terminamos comprando el boleto en la misma línea de buses. Salió más barato como esperábamos. Solo nos tocó esperar unos treinta minutos para terminar abordando exactamente el mismo bus en el que veníamos. Eso me dio mucha risa. Nuestras amigas y su madre nos vieron con cara "¿Otra vez ustedes dos?" ¡Jaja!


Al día siguiente, más o menos a las diez de la mañana, llegamos. Otra ciudad enorme y hermosa. Hay mucho verde por todos lados y nada de basura. "¡Qué emocionante! y ahora a buscar un aliado de Western Union para seguir". Esa no fue precisamente la realidad.


Una de las hermosas avenidas de Campo Grande.












Justo en este lugar (visto desde adentro y desde afuera) tienen ahora asientos. Ahí nos acomodamos Federico y yo todo el rato que estuvimos en el terminal.


Cuando nos conectamos al Wi-Fi la chica nos contestó que no sabía como hacer para depositar el dinero. "Yo te dije que averiguaras con tiempo, tenemos casi diez días viajando, ¿Por qué no lo hiciste?" empezó la pelea Federico. "Igual no he tenido tiempo porque trabajo y salgo muy cansada. Además no sé como voy a hacer porque si mi novio se entera de que estoy hablando contigo de nuevo puede pensar mal. Él no sabe nada de esto...". Esa fue su respuesta.


Toda esta conversación fue a través de whastapp. Mientras tanto, yo daba vueltas por ahí, conmovido por lo hermoso del lugar. Sorpresa me llevé cuando Fede me devolvió el celular, molesto. "Dice que va a ver como hace para depositar hoy la plata. Hay que esperar". Me dispuse a leer los mensajes sin mucha preocupación. Terminé riéndome entre dientes porque el malandro que hay en Fede salió a la luz con su molestia.


- Te lacreaste (término de los bajos fondos venezolanos difícil de definir. Te "pasaste" aplica esta vez) duro. ¿Cómo nos vas a dejar así? Te dije que averiguaras.

- Te dije que no he tenido tiempo. Mi trabajo es de mesera en un restaurante y me canso mucho. Esto no es lo que crees, Fe. Tengo que lavar mi ropa, limpiar, cocinar y trabajar. Es demasiado. Quiero regresar a Venezuela.

- y ¿Qué pensaste? ¿Que ibas a ser millonaria de una vez? No seas gafa (tonta), así se empieza. Yo lo que necesito es que me respondas por la plata. Yo te ayudé a irte y ahora te toca a ti ayudarme. No seas lacra (variación de la palabra "mala").

- No me gusta Buenos Aires.

- Ese no es peo (problema) mío. Necesito que me respondas...

- Pero es que no es así, tú no sabes lo se siente estar aquí.

- Y ¿Tú sí sabes que somos dos personas en un país en el que no hablamos el idioma, no tenemos documentos, no conocemos a nadie y no nos quedó ni un dólar por estar contando contigo?


Ella no respondió por un rato.


- Respóndeme, maldita becerra.

- Me estás poniendo mucha presión.


Ah, no. Pero esta mujer se pasó. Empecé a dudar que Fede haya tenido algo con ella alguna vez. No había ni una pizca de empatía en sus mensajes. Después consideré que ella no tenía sentimientos. Yo creo que una cosa así no se le hace absolutamente a nadie, no importa si tuvieron algo o no. Ahora nos tocaba dormir en el terminal otra vez para esperar a que la transferencia se hiciera efectiva al día siguiente, si es que la hacía. De todas formas, la verdad es que este lugar no estaba nada mal, era hasta lujoso.


Pasadas las tres de la tarde mi organismo me enviaba un mensaje: "Tengo hambre". En ese mismo instante salí a caminar por la zona a buscar comida de cualquier forma posible (porque no tenía ni un real). El terminal quedaba en una avenida enorme en la que no se veían negocios muy cerca. El primero que encontré era un quiosco pequeño pintado de un humilde color mostaza. Estaba justo al cruzar la calle. Allí pedí hablar con el encargado o encargada. Me atendió una señora rubia de unos cuarenta años.


- Bom yía. Eu quieru saber si eu posso trabajar pra voce. Posso ayudar a limpiar, lavar pratos, lo que voce necesite y voce poyi dai comida pra mí. Eu veñiu yi Venezuela, estou en ña rodoviaria con un amigo. Ñaun tenemos nada e yineru y estamos confomes.¿Poyi me ayuda?

- ¿Qué quiere? ¿Comida?

- Sí, por favor.

- Espere un momentu.


Esperé al rededor de de diez minutos ahí parado. La señora me ofreció un plato enorme de comida. Arroz, papas fritas, un chorizo, un poco de carne, granos color rojo y una cosa que parecía cebolla empanizada. Me sirvió todo para comer allí, en el lugar.


- ¿Esto es para los dos, no?- Era un montón de comida para una persona. No sé si tanta para dos.

- Pra voce. Amigu poyi venir depois.

- Pero ele está cuidando las coisas ña rodoviaria, por eso no posso decirle que venga.


Sin mucho problema, la pobre dueña de ese local me empacó el mismo menú para que le llevara a Fede. Comí y, con mucho respeto, me asomé a la puerta de la cocina para devolverle el plato y ofrecerle lo que fuera necesario a cambio. Ella no dejó que hiciera absolutamente nada. Ni siquiera fregar el plato. Me conmovió mucho. "¡Mutto obrigado! ¡Voce me ayudó yi maish! ¡Boa tachi!".


Regresé feliz y lleno al terminal. Le di su comida a Fe y me senté por ahí, buscando un lugar donde cargar mi celular (lo cual era siempre un problema porque el conector es diferente al de Venezuela en todos lados). Resolví con una chica muy amable que me prestó su cargador un rato. Le conté que estábamos varados allí hasta que se resolviera algo, mientras otras personas que estaban sentadas cerca escuchaban nuestra conversación. Ella nos regaló su cargador para que pudiéramos seguir comunicados, tan linda.


Apenas se fue, una señora tomó su lugar para cargar su celular junto al mío. Yo tenía rato hablando con mi mamá por video chat, contándole "lo bien que nos estaba yendo". La señora, muy educada, me preguntó si podría cuidar su celular mientras iba al baño unos minutos. Le dije que sí. Cuando venía de regreso me pidió unos segundos más para ir a comprar un "desayuno" (comida del desayuno que se seguía vendiendo durante todo el día como emparedados, empanadas, y otras por el estilo). Le hice un gesto para que se quedara tranquila. Regresó por segunda vez. Venía con mucha comida. Nos regaló dos desayunos enormes para cada uno y dos botellas de agua. Yo no le había dicho nada, no sé bien como supo nuestra situación. No pude agradecerle más. "Yo también tengo hijos", me parece que nos dijo. Fue su única respuesta. Wow.


De la nada se bajó un montón de gente, todos vestidos como si vinieran de un campamento: franelas azules con una insignia en común, gorras, jeans, bermudas, en fin. Los observé un momento. Eran jóvenes de entre 20 y 30 años. Estaban hablando en inglés. Los ojos casi se me salen. Tenía todos estos días "hablando portugués" porque nadie sabía lo más mínimo de inglés. Me acerqué sin pensarlo. Terminé haciéndome amigo de un chico hermoso de Suiza. Él me contó quiénes eran: se trata de una iglesia evangélica que prepara jóvenes emprendedores de todas partes del mundo en seminarios de tres y cuatro años. En el tercer año les toca viajar a otros países y organizar grupos de apoyo en las zonas más necesitadas. Bailes, obras, donaciones de comida, juegos y cualquier cantidad de cosas ofrecían estos chicos durante seis meses aproximadamente. Era un viaje de descubrimiento.


Por supuesto, me animaron a que me uniera a la iglesia. La verdad es que no lo quise ni considerar porque soy muy cerrado cuando alguien quiere cambiarme mis ideales. Pero sí que tuve una buena conversación con este chico. Para él, todos tenemos un plan, y esta experiencia nos ayudaría descubrir por completo el que nos corresponde. Ahí lo consideré (muy poco, pero lo consideré) hasta que me dijo que el precio por año era de diez mil dólares. Mierda. Claro, Dios tenía que cobrar algo por todos esos años de preparación que tuvo para ahora ofrecernos su sabiduría, ¿No? Las creencias y el estilo de vida de algunos en serio me sorprenden. Habían personas de Estados Unidos, Bolivia, Ecuador y hasta Francia en el grupo. Todos pagando las mansiones de algún imbécil. Pero al menos era como pagar un campamento. Y sí, definitivamente iban a aprender algo durante el viaje.


Mientras hablaba con los chicos, la señora del cargador quiso despedirse. Yo la abracé y le di las gracias como por décima vez. Ella señaló a Fede para contarme que nos había dejado cincuenta reales para lo que necesitáramos. In-cre-í-ble. No podía dejar de sonreír esa tarde.


Después de que los evangélicos de talla internacional siguieran su camino, quise averiguar un hostal en un negocio para mochileros que había en el terminal. Realizaban tours y paquetes completos, y se me ocurrió que podríamos encontrar un lugar donde dormir. No había nadie en el negocio. Me quedé parado ahí un rato a ver si alguien volvía, pero nadie apareció. En eso, la chica que trabajaba en la tienda de al lado me preguntó qué estaba buscando. Tendría al rededor de treinta años. Yo le medio expliqué lo que nos había pasado y ella quiso ayudarnos en el acto. Se movió por todo el terminal preguntando a todo el mundo cualquier cosa mientras yo la seguía medio perdido.


- Voce tein que preguntar por ña asisteinsa social. Ne

- Asistencia social...

- E. Elos poyi ayudar voce e tu amigo co um pasaye yi onibus pra siguenchi yestino. ¿Entendió?

- ¿En serio? ¿Y ayudan así a personas que hayan quedado varadas?

- E.


"E". Mis amigas del barco me enseñaron que eso era "sí". Gracias a ellas pude defenderme un poco mejor al hablar. Todavía no entendía un carajo, pero Fede sí. Él entendía y yo respondía. Después entendimos lo que significaba "Ne". Era como una muletilla que todo el mundo usaba al final de una frase. Como decir "ok" o "¿Sí?" mientras se explica algo. Si no usaban eso, usaban "¿Entendió?" y mi cara casi siempre era de "no entendió".


Pero a esta chica sí que le entendí. En la asistencia social ayudaban a personas en situación de necesidad que se quedaban en el terminal por una u otra razón. Les daban el pasaje hasta otra ciudad o hasta una suma pequeña de dinero. No nos iban a atender en el momento porque ya eran pasadas las seis de la tarde, pero mañana temprano íbamos a estar allí afuera. Me relajé y me acomodé con Fede a esperar hasta el día siguiente. Cuando cayó la noche no parecía tan bonito el terminal, aunque nunca podría compararse con uno de Venezuela. Ahí pude hablar un buen rato con mi mamá, mi papá, mi hermana y varios amigos.


Preguntando dónde quedaban los baños, conseguí que una de las empleadas del terminal me prestara este. Tuve que grabar mi momento de victoria. Sobre todo después de venir de los baños del barco.


Un poco más tarde me metí en mi red social para conocer chicos por la zona. Entre todos los "oi" uno me escribió en inglés. Bingo. Era un estudiante de medicina que vivía con sus padres en la ciudad. No hablaba perfecto, pero nos entendimos. Me preguntó si quería que me pasara buscando por el terminal para pasear un rato en su auto. "Obvio que sí", le dije. Me dio un poco de miedo al principio, hasta que pensé en que nos veríamos en todo el medio de ese terminal. Ahí podría examinarlo bien y decidir si me iba con él o no. Llegó. Era un gordito alto de lentes. No me parecía precisamente atractivo, pero se veía simpático.


Estuvimos hablando un rato en "la rodoviaria" hasta que decidimos dar un vuelta en su auto: uno de esos pequeños con tres puertas del año 2000 más o menos. El paseo fue maravilloso. Yo hablaba y hablaba como un perico y él no hacía más que escucharme. Cuando le decía que me contara algo de su vida me salía con que su inglés era muy malo y le daba vergüenza hablar. "Sigue, que tu historia es muy interesante". Y yo seguía con mi monólogo.


De repente me distraía lo hermoso de la ciudad: plazas, parques, avenidas enormes limpias y ordenadas... parecía un lugar perfecto para vivir. Para él, "Campo granyi" era lo mejor de Brasil. Estuve de acuerdo, al menos basado en lo que había visto hasta ahora. "¿Entonces por qué naum fica?", me preguntó. Me reí. "¿Quedarme? No creo que pueda. No tengo los documentos. Además, mi meta es estudiar Teatro Musical, y Buenos Aires es el destino perfecto para eso".


Esta fue la única foto que pude tomar del intento de tour. Era muy tarde y estaba todo medio oscuro, malo para las fotos.

Miguel me paseó durante un buen rato hasta que llegamos a una especie de jardín botánico. Eran pasadas las dos de la mañana. Paramos en un estacionamiento que quedaba justo frente a un bosque tupido y oscuro. Él apagó el motor y las luces. Traté de no pensar en los riesgos. Traté de no pensar en Venezuela (donde hacer esto era un suicidio). Pero no pude apagar mis complejos en absoluto.


Hubo un silencio en el pequeño carro de Miguel. Él notó que yo estaba tenso. Y ahí estuvimos hablando hasta que pude calmarme un poco. Me prometió que no pasaba nada peligroso en esa ciudad durante la noche. No le creí: de la nada, un figura empezó a acercarse entre los árboles. Creí que eran ideas mías hasta que se movió demasiado. Un hombre de sweater azul con la cabeza cubierta, jeans y zapatos deportivos nos observaba a lo lejos. Del pánico se me olvidó hablar inglés por unos segundos.

-¡Vámonos! ¡Vámonos de aquí! ¡Prende el carro, algo, rápido!

- ¿Eh?

- The car! Start the car now! There’s a guy coming at us from between those trees! (¡El auto! ¡Enciende el auto! ¡Hay un tipo viniendo hacia nosotros de entre esos árboles!)

- Yes, I see him (Sí, lo veo).- Me desesperó aún más que me lo dijo con demasiada calma.

- Well?! Let’s go! Now! Before he comes any closer! (¡¿Y bien?! Vamos! ¡Ahora! ¡Antes de que se acerque más!

- Calm down, we don’t know this guy yet (Calma, aún no conocemos a este tipo).

- That’s exactly what I’m talking about! Please, do something! (¡Exactamente a eso me refiero! ¡Por favor haz algo!)

- Why are you so afraid? (¿Por qué estás tan asustado?)

- Humm… because he might be a murderer, maybe? Or a raper, there might even be a couple more guys we haven’t seen yet with him. (Hummm... porque podría ser un asesino ¿Tal vez? O un violador, incluso podrían haber unos cuántos más que aún no hemos visto con él).

- Why in the world would you think that? (¿Por qué de todas las cosas ibas a pensar eso?)

- Because that’s what happens in real life. At least in Venezuela. (Porque eso es lo que pasa en la vida real. Al menos en Venezuela.)

- I don’t think he is a murderer. He’s probably just cruising. (No creo que sea un asesino. Probablemente solo está cruzando).

- Cruising? (¿Cruzando?)

- Looking for sex. (Buscando sexo.)

- What the fuck?! Are you serious? (¡¿Qué coño?! ¿Es en serio?)

- Yes. (Sí.) – Y seguía mirándome y hablando en un tono moderado, como si yo estuviera exagerando.

- Don’t they do cruising in Venezuela? (¿No hacen cruzadas en Venezuela?)

- I don’t think so. Not like this: In the middle of nowhere, at three am where no one else can find our bodies. (No lo creo. No así: en el medio de la nada, a las tres de la mañana, donde nadie pueda encontrar nuestros cuerpos.)

- This is the most normal thing here. You come in the Woods, get close enough to someone and if they don’t move that’s a first sign. Then you may take your cock out. If they come closer it’s done. You have sex. That’s all. (Esto es lo más normal aquí. Vienes al bosque, te acercas lo suficiente a alguien y si no se mueve esa es la primera señal. Después puedes sacarte el pene. Si se acerca, ya está. Tienes sexo. Eso es todo.)

- Oh my god. Do you do that? (Dios mío. ¿Tú haces eso?)

- I’ve done it once or twice. (Lo he hecho una o dos veces.)

- Holy crap! That’s wild! (¡A la mierda! ¡Qué salvaje!)

- Everyone does it. It’s quite normal (Todo el mundo lo hace. Es bastante normal.)

- I see… (Ya veo...)

- Are you calm now? He is not even that close yet. (¿Ya estás tranquilo? Ni siquiera se ha acercado tanto aún.)

- Honestly, I’m not. I really want to leave. (La verdad, no lo estoy. De verdad quiero irme.)

- I’m sorry. (Lo siento.)

- I’m sorry, it’s just I come from Venezuela and this things freak me out. (Disculpa, es solo que yo vengo de Venezuela y esto me aterra.)

- That’s ok, I get it. Let’s go somewhere else. He is coming closer anyway. (Está bien. Lo entiendo. Vamos a otro lugar, igual se está acercando.)

- Oh my god no!, Please go!. (¡Ay dios mío no! Por favor, ¡Vámonos!.)

No sé qué tan en ridículo habré quedado con Miguel, pero no me importa. Ese tipo me asustó en serio. Hasta me dio taquicardia. Pasó un buen rato hasta que me calmé y pudimos estar tranquilos en el otro punto donde estacionó. De ahí me preguntó si quería ir a un hotel. Mi cara le dio la respuesta. “No tenemos que hacer nada, es solo para estar en una cama y hablar mejor. Si quieres”. La verdad es que no pensé en la cama, pensé en que podría ducharme en un baño digno. Le dije que sí.

Era un típico motel. Por fuera, un cartel con un corazón de neón enorme y un portón para la entrada única en auto. Dentro, más o menos quince cabañitas una al lado de la otra con su puesto de estacionamiento privado. Cuando entramos, Miguel quiso ponerse intenso conmigo. Al principio le seguí el juego, pero lo dejé hasta muy poco. “Me voy a bañar. Vuelvo”, dije. “¿Puedo ver?”. Bueh, lo dejé. Nunca me habían pedido eso. Fue medio raro, pero no me molestó mucho. Ya después de eso nos quedamos acostados desnudos en la enorme cama rodeada de espejos hasta el techo. Lo besé, sí. Pero no dejé que pasara nada más. Primero, no me gustaba y segundo, estaba agotado y solo quería dormir en esa cama enorme.

Ya a las seis de la mañana Miguel me estaba dejando en el terminal. Nos despedimos con cariño, me agregó a Facebook y quedamos en que yo volvería a “Campo Granyi” algún día. Federico me esperaba despierto con cara de pocos amigos. Le conté mi velada sin que él reaccionara demasiado y nos quedamos dormidos otro rato. A las siete y media ya estaba despierto y afuera de la asistencia social, listo para que me ayudaran de cualquier forma. Fui el segundo en entrar después de un señor de unos sesenta años.

Entré en el cuarto intentando poner mi mejor cara de tragedia, porque estaba bastante confiado en que nos iban a ayudar. Conté mi historia en mi intento de portugués y la gorda amargada que atendía me escuchó atenta. Primera respuesta: este es un servicio única y exclusivamente para brasileros. Segundo: “aunque pudiese ayudarte (y no puedo), no es así de fácil. Tengo que enviar una carta a la alcaldía con una exposición de motivos. El trámite dura alrededor de tres días. Lo siento”.

- ¿Y ahora qué hago?

- Naum se.

- Es que yi verdad eu no se qui hacer. ¿Voce cree que eu posso piscar carona? (pedir a algún viajero que nos llevara) ¿O trabayar en una praza? No teñiu yinero ni nada, ni a nadie. ¿Sabe?

- Poyi ser. Voce vea. Ne.

- ¿Voce cree que si eu falo con motoristas yi onibuses elos poyi dai carona pra nosotrus?

- Poyi ser. Maish voce tein que salir pra eu atender ñas siguechis personas. Ne. Suerte.

Me quedé frío, mi pulso se aceleró y mi mirada se perdió por unos instantes. Calma. No tenía por qué ser tan malo, de repente nos llevaban en alguno de estos buses. De repente la chica nos depositaba a tiempo, quién sabe. Algo tenía que pasar. Le conté rápido la respuesta a Federico y terminé con algo como “Tranquilo. Ya vengo, vamos a resolver”. No creo que me haya creído porque mi voz temblaba de pánico y ansiedad.

Lo primero que resolví fue acercarme a una agencia y ofrecer trabajo o alguna de mis cosas a cambio de que nos llevaran. El sentimiento que experimenté en ese momento es difícil de explicar. Básicamente, el hecho de contar lo que me estaba pasando me hizo sentirlo totalmente real. Es como si no me creyera de un todo lo que estaba pasando hasta que lo dije.

- Yisculpe. Eu quieru saber si eu posso trabajar pra voce. Limpiar bañeiru, onibus, oficia. No sé lo que voce necesita… también eu tein ropa, comida y otras coisas que dai si voce mi ayuda a llegar ña Cascavel. – La chica me miró extrañada, totalmente cerrada a lo que yo le iba diciendo.- Eu sou yi Venezuela. Amigo y eu ficamos sin yineru y no tenemos a nadie acá ni documentus… nada. – ella seguía mirándome con frialdad. – ficamos aquí desde ayer y no sabemos qui hacer… - aún por percibía reacción alguna. En este punto no aguanté y me reventé a llorar. Estoy casi seguro de que no entendió lo que dije porque estaba ahogado en mi llanto y mi voz se quebró. - una minina nos iba a enviar yineru maish no poyi, y nosotros ficamos aquí sin comida ni nada. Y no conocemus ña ciudad. ¿Cómo posso hacer pra llegar ña Argentina? Por favor, ¿Poyi me ayuda?

Su respuesta fue tal cual lo que esperaba: fría y negativa. Le rogué que hiciéramos algo, que me metiera a escondidas en el bus, lo que sea, pero ella no tenía intenciones de ayudarnos. Pregunté en dos líneas más, teniendo la misma respuesta. Me daban la espalda de una aunque no pudiera respirar de tanto llorar.


Después de llorar como María Magdalena para nada, me dije a mí mismo que iba a salir de todo esto. Cuando busqué a Fede ya me había secado las lágrimas para no ser tan evidente. Caminé hacia él con fuerza y decisión para decirle que nadie quería ayudarnos, que ahora estábamos por nuestra cuenta pero algo íbamos a encontrar para salir adelante. Él terminó de derrumbarme cuando me dijo que tenía dos noticias peores que eso: la primera, la chica aún no había hecho nada porque fue a una casa de cambio y le faltó alguna estupidez para tramitar el depósito. Y la segunda y aún peor, que en Campo Grande no había un lugar donde retirar el dinero, porque no habían agencias de Western Union, y con los bancos no era tan sencillo el proceso.


- Con más razón - aún fingiendo firmeza. - vamos a ver qué coño hacemos.- fue lo que alcancé a decirle antes de sentarme y esconder mi cara entre mis manos.

- Calma...

- Estoy calmado, solo necesito pensar a ver qué hacemos.- aún con la cara escondida. Fede se sentó a mi lado y me habló cerca del oído.

- Escúchame, José. Aunque nos esté pasando todo esto, ya llegamos hasta aquí. Y llegamos los dos. Ahora tenemos que seguir luchando tal cual como lo venimos haciendo. Yo estoy seguro de que podemos resolver. Lo que sea. No te voy a dejar solo y espero que tú hagas lo mismo. De verdad que hemos desarrollado una relación hasta aquí y yo... hasta... ya te quiero... te quiero, y... eso. Quería decirte eso. Vamos hacia adelante.


Debo decir que eso me sacó del estado en el que me encontraba. No es que me sentí mucho mejor, no. En realidad me distraje hacia otro lado. No creía lo que acaba de escuchar. "Así que Federico me quiere", pensé. "Este chico, que no habla más que para regañarme, se ha encariñado conmigo. Hemos tenido unas conversaciones interesantes, a decir verdad. Y sí, tiene razón. Llegamos juntos y podemos seguir juntos. ¡Qué tierno es! Y hasta me dijo que me quiere... yo también lo quiero. Creo. Un poquito, sí. Definitivamente lo quiero. No es que me gusta, ojo. No te confundas a tí mismo, José. Aunque... si algo llegara a pasar no estaría mal. Haría de esto una tragedia romántica, por lo menos. Pero eso no es lo que está pasando. En este momento lo importante es que estamos juntos. ¿Podría llegar a gustarme este chico luego? Sí, podría ser. En contra de todos mis estándares (que dicen que un chico debe ser gracioso, grande y extrovertido para impresionarme) pero eso no importa ahora".


- Está bien.


Eso fue todo lo que alcancé a decir después del desastre que me hice en la cabeza. No quise decirle que yo también lo quería porque, tomando en cuenta lo dramático y sentimental que suelo ser, de seguro iba a pensar que yo estaba enamorado de él, que quería proponerle matrimonio. No dije más que eso. Nos quedamos un rato más en el terminal esperando respuesta de la chica. Durante ese período, Nova llamó.


- ¡No te creo! ¡No te creo! ¡No te lo puedo creer!. Pero ¿Ella no tuvo una relación de años con Federico?

- Sí, supongo.

- ¡Que maldita! ¿Y ahora?

- La verdad es que no sé... ¿Se te ocurre algo?

La resolución de Nova fue encontrarse con la chica, quitarle el dinero y depositar ella misma. Ella sí que estaba familiarizada con toda la movida de envíos de dinero. Me pareció perfecto. Las puse en contacto y deposité toda mi fe en Nova. Rato después me encontré a la misma chica de la tienda que me habló de la asistencia social. Ella se lamentó en serio porque no pudieron ayudarnos, pero nos animó a tomar un bus hasta una estación de gasolina en las afueras de la ciudad donde paran montones de camioneros. Lo dudé por un momento. Montarnos con cualquier extraño me pareció un poco riesgoso, no tanto por lo que pudiese hacernos sino por el lugar al que podría llevarnos sin que tuviéramos la más mínima idea.


Mientras yo lo meditaba, mudo, Federico se decidió. No me dejó mucha opción, a decir verdad. Él se iría a ver quién podía llevarnos. "Bueh, ni modo. Déjame despedirme de mi familia por lo menos", le dije. Esa conversación con mi mamá fue una mentira de proporciones descomunales. "Sí, mami, todo está perfecto. Sólo que no habíamos retirado la plata todavía y estábamos buscando como hacer cuando un señor nos ofreció llevarnos hasta la siguiente ciudad. ¿Puedes creerlo? ¡Se ve súper amable! Y tiene que serlo para ofrecernos el empujón ¿No crees? Así nos ahorramos esa plata. Lo único es que el señor se va de una. Ya vamos saliendo. Igual te llamo cuando llegue allá. ¡Bendición, te amo! ". Si usted me pregunta más o menos qué me respondió, le diría que fue cualquier cosa. Mi nerviosismo no me dejó registrar el resto. Traté de no dar vueltas y salimos de una vez.


Cruzando la enorme avenida en la que quedaba el terminal nos dijeron que estaba la parada. Eran más o menos las once la mañana, el sol estaba en su máximo punto. Cuando quise cruzar, Federico me frenó en el acto. "¡Cuidado!", no vi que estaba la luz en rojo para nosotros. Este se volvió el día a día de nosotros: yo, caminando como Barney en la pradera lleno de energía y Federico agarrándome del brazo, de la cintura, del bolso o de lo que alcanzara primero mientras me regañaba a todo volumen, "¡Te van a matar uno de estos días!".


En medio de esa discusión, continuamos y nos subimos a ese bus lleno de gente. Yo pregunté como idiota al rededor de diez veces por la estúpida estación porque me daba pánico pasarla. Llegamos, pero nos dejó en otra que quedaba cruzando la carretera a una o dos cuadras. La vimos vacía. No parecía que estuviese operando ni siquiera. Preguntamos a un camionero que dormía en una hamaca colgada debajo de su camión y nos señaló la estación que buscábamos. Otra vez me lancé sin ver y otra vez Federico me gritó mientras me arrastraba de vuelta al costado de la vía.


La estación era en serio enorme, a los costados de cada parada para cargar habían unas fosas de la profundidad de una piscina y el ancho suficiente para que dos personas pudieran moverse con tranquilidad en su interior. Los camiones paraban justo encima de estos huecos para que los técnicos les revisaran lo que fuera necesario sin tanto problema. El lugar tenía el tamaño de una cuadra y media más o menos, con un pequeño mercado en una esquina, seguido de un intento de restaurante de tipo self-service y otro montón de negocios pequeños uno al lado del otro cubriendo todo un costado. Todos los negocios estaban abandonados o cerrados.


Todo (excepto el mercado y el restaurante) daba la impresión de estar lleno de tierra, polvo y grasa al mismo tiempo. Intenté ubicar el mejor lugar para que mis cosas no se ensuciaran tanto sin tener mucho éxito. Las ubiqué donde pude y nos dividimos. Empezamos a preguntar por separado a ese montón de camioneros. Yo empecé por los chicos que trabajaban en la estación, pensando que podrían darme tips para conseguir alguien con mayor facilidad. No me sirvieron de mucho. Al contrario, lo que hicieron fue burlarse de mí a mi espaldas. Me lo confesarían más tarde.


Se me ocurrió que podía hablar con el encargado de una especie de oficina que estaba junto los puestos de carga de combustible. No tengo la menor idea de lo que hacían ahí pero casi todos los conductores entraban por unos minutos. Entré y le comenté mi situación esperando que pudiera ayudarme a conseguir alguien que nos llevara. Su respuesta fue que era poco probable que quisieran llevarnos siendo dos hombres desconocidos. Tendríamos que separarnos. "Bueh... dos hombres, así, que tú digas hombres de verdad, no somos... sería más como hombre y medio". Lo pensé, pero no creí conveniente decirlo.


Una vez, cuando buscaba habitación en Caracas, una señora me rechazó porque su vacante era solo para mujeres. "Bueno, yo no soy una mujer, pero soy gay. Es prácticamente lo mismo. Soy muy organizado y tranquilo. Algo afeminado, no sé si funcionaría...".Claramente, estaba desesperado. Intentaba convencerla de cualquier forma para que me recibiera. Yo tampoco sé qué estaba pensando cuando le dije eso. Dos de mis compañeras de la universidad, que estaban conmigo en ese momento, me miraron con ojos abiertos como platos mientras hablaba. "Ah... bueno... mira, yo te recomendaría que no digas ese tipo de cosas sobre tu vida privada en otras entrevistas para buscar habitación". Obviamente no supe más de esa señora.


Basado en esa experiencia, opté por callarme la boca. "Si saben de alguien, por favor, me avisan".


Y así estuvimos un buen rato. No sé qué habrá hecho Federico, pero yo intenté entrarle a los camioneros de mil formas diferentes. Ninguna funcionó. "No tengo espacio", "mi camión está vigilado por cámaras y satélites y tengo prohibido subir a cualquiera", "no voy hacia el sur", entre otras excusas. Después de dos horas y media (ya quemado por el calor y el rechazo), me acerqué a uno que tenía cara de papá. "Disculpe, señor, ¿Usted tiene hijas?". Sí. Esa fue mi entrada. Ni hola, ni nada. Su mirada de rechazo se me clavó en la frente. "Es que yo tengo unas blusas nuevas que estoy vendiendo. Son de una diseñadora venezolana; muy hermosas. Quería saber si podría ofrecérselas para su hija o hasta para su mujer, si le quedan, a cambio de que nos acerque a donde pueda. Verá, somos de Venezuela y estamos varados aquí. Queremos llegar para Argentina pero cualquier trayecto que nos pueda acercar estaría perfecto. Si tan solo usted pudiera, yo...". A media que yo hablaba el señor daba un paso, y otro, y otro, hasta que empezó a caminar, luego más rápido, y así fue huyendo de mí y dándome la espalda. "Me rindo".


Ya reunido con Federico, pude ver la frustración y el cansancio en su cara. Teníamos hambre. "¿Y ahora qué?", le dije, sentado, tomando la última gota de agua que quedaba en la cantimplora. "El señor de Perú que conocimos en el barco me dijo que podemos pedir ayuda a la iglesia católica. Será mejor regresar a la ciudad y buscar una para por lo menos pasar la noche. Mañana veremos qué hacer. Tú puedes cantar en una plaza, yo puedo hacer algún número con movimiento o algo por el estilo...". Me pareció una buena idea. "De hecho, me pareció ver una cerca del terminal cuando revisé el mapa en mi celular". Volví a entrar en la pequeña oficina para preguntar donde pasaban los buses de regreso a la ciudad.


- ¿Y voce ñaum estaba piscando carona?

- E. Maish nadie quiere llevarnus. Vamos a buscar ña iglesia en la ciudad.

- ¿Voce quiere ganar yineru?

- ¡Sí! ¡Obvio que sí! E!

- Eu teñiu un trabajiño. Voce tein que tener forca. ¿Voce e fuerte? - y me hizo un gesto señalando su bícep, en tono de mofa. Él y yo sabíamos que yo no tenía mucha fuerza, pero igual le dije que sí.


Me ofreció treinta reales por ayudarlo a descargar un camión lleno de envases (que cargaban 20 litros cada uno) de combustible junto con otros tres o cuatro chicos. "¿Mi amigo puede trabajar también?". "E". Listo. "Aquí vamos". Dejamos el montón de maletas en un cuarto mugriento dentro alguno de los locales abandonados y nos pusimos a trabajar. Yo estaba usando una franela de Leones del Caracas, el equipo de béisbol al que le va mi familia. Sinceramente, no veo deportes, pero quise usarla para recordarlos, sobre todo porque fue un regalo de mi papá. Cuando vi la pinta de los otros chicos decidí quitármela. Tenía puesto un jean negro que me gustaba mucho y no estaba tan viejo. No pensé que fuera a ensuciarse tanto. Claramente no tenía ni idea de lo que iba a hacer.


Era una de estas camionetas de carga sin techo en la cabina de atrás llena de esos envases, algunos de plástico, otros de metal, todos con agarraderas demasiado finas para el peso que tenían. El procedimiento era pasarlos uno por uno hasta llevarlos a un cuarto donde se organizaban en torres. Había uno o dos chicos montados en la camioneta, otro abajo (recibiendo) que arrastraba el envase hacia la puerta, otro que arrastraba de la puerta a través de un pasillo hacia otra puerta de otro cuarto al final del pasillo, uno más que la mandaba de esa puerta al cuarto definitivo y otro que la acomodaba en el montón. Este mecanismo se implementó después de un rato de cargarlas directamente hasta el cuarto porque Federico y yo no teníamos guantes y nuestras manos empezaron a romperse casi hasta sangrar. Los chicos tenían guantes gruesos de tela. Aún usándolos, era muy lastimoso cargarlos por tanto rato.


Todo esto habrá empezado al rededor de las dos de la tarde. Se tomó mucho más de lo que pensábamos porque no era un solo camión, eran seis. Y no eran seis, terminaban siendo doce porque había que ir hasta otro local al final de la estación, volver a cargar el camión y regresar al mismo de antes para descargarlo. Fue demasiado trabajo. Empecé a cansarme y a preguntarme qué necesidad tenía de estar ahí haciendo semejante cosa. Mis manos negras, mi flácido pecho desnudo, sudado, lleno de grasa, tierra y quién sabe qué más. Al lado de los cuerpos musculosos que tenían dos de los chicos yo era un desnutrido. Pero había otro que sí era un flaco esquelético más acabado que yo.


La escena estaba completa: el lugar espantosamente sucio y desordenado por todos lados, estos chicos igual o más sucios que el lugar, hablando y haciendo chistes entre sí (estoy seguro de que se burlaron de nosotros en algún punto. Podía sentirlos mirándonos y decir cosas como "ya se cansaron las chicas" o algo por estilo. O quizás solo me lo imaginé en mi depresión). Los jefes se paseaban por el lugar todo el tiempo con muy buena ropa y un modelo de celular tan nuevo que yo ni siquiera había visto antes porque aún no llegaba a Venezuela. Federico permanecía mudo con su cara de agotado, yo debía verme igual pero más aguantador al principio. Quizás ese no sería el término correcto. Quise plantearme una actitud de desafío. "Estos no me van a apagar a mí", me dije. Ese era mi mensaje. No sé si, al menos al principio, llegó.


De esa actitud guerrera que me duró un buen rato, pasé al agotamiento casi en un solo segundo. Fue como si me quebrara como un vidrio. Luchaba y hacía toda la fuerza posible. Lo di todo, respirando profundo cada vez hasta que me quedé sin aire. Sentí mi corazón latir fuerte de las ganas tan fuertes que tenía de llorar, mi estómago se retorcía del hambre, mis manos y mi espalda empezaron a retorcerse de calambres. Estaba aturdido. Aturdido de escuchar a esos jóvenes burlarse y hacer cualquier cantidad de chistes en un idioma que no entendía a un volumen altísimo. Yo era el payaso de ese momento de completo júbilo. Me agotó ver a los dueños pasar y observarnos sudando hasta sangre para después seguir de largo hablando quién sabe que cosa entre ellos como si no hubiesen visto nada.


"¿Por qué tengo que soportar esto?¿No soy un supuesto licenciado en Comunicación Social?¿No hice unas cuántas obras de teatro en Caracas?¿Qué fue de mi carrera?¿De lo que valgo? ¿De verdad tengo la necesidad de estar haciendo esto? Sucio, sin dignidad, sin esperanzas, sometido a un trabajo inhumano con el estómago vacío. Ayudando a un montón de hienas que lo que hacen es burlarse y mirarme con caras de... de miserable. Porque eso soy en este país: un miserable. Un pobre imbécil que decidió irse sin estar seguro de lo que hacía, que contó con algo que no tenía asegurado en sus manos. Un impulsivo que no pudo esperar más y salió corriendo para estrellarse contra estos barriles de mierda". De hecho, casi me caí varias veces. Resbalaba intentando empujarlos. La última me venció. Caí de frente al piso no pegué la cara por muy poco. Me quedé ahí un instante. Uno de los chicos me pasó por un lado y me gritó en el oído "¿Qué pasa? ¡A levantarse del piso que queda mucho trabajo! ¡Arriba, gringo!"


¿Gringo?¿Qué carajo me acaban de decir? Me senté contra la pared. Quise limpiar mi cara, pero mis manos estaban aún más negras que mi rostro sudoroso. "Ayuda", dije en silencio. "Necesito agua, comida. Algo, por favor, para no desmayarme aquí mismo", pensé. No lo dije en voz alta. Esta gente no iba a ayudarme. Yo no les importaba en lo más mínimo. Federico era el único que podía hacer algo por mí y estaba muy lejos. Como pude, saqué un impulso y me levanté. Me acerqué a uno de los chicos y le pregunté dónde había agua. Me señaló la pequeña oficina en el medio de la estación.


Salí corriendo como un zombie, tropezando cada vez. Entré, bebí dos sorbos de agua y noté que tenían caramelos. "¿Qué comí yo hoy?", analicé. "Nada". Claro, eso era. Me mandé tres o cuatro caramelos de esos de una vez y me llevé otro par para darle a Federico. Salí de vuelta hacia el negocio podrido ese con otra actitud. Estaba destruido, solo y desamparado, pero iba a terminar esta mierda porque sí. Me decidí a continuar por muy mal que pintaran las cosas.


Me concentré en seguir rápido pero con calma para no desmayarme, sin mirar a los lados ni atravesarme con nadie.


"Esto me tiene que servir de algo. Inspiración. Toda situación difícil y depresiva sirve de inspiración para un papel, para escribir una canción o una obra. Eso es lo que tengo que sacar de esto. Esto que en serio no merezco, pero que me tocó vivir por mi culpa. Mi culpa, que no es solo mía, es culpa del gobierno de mierda, o de quien sea que llevó el país a la mierda que es ahora. ¡Maldita sea! ¡No aguanto las manos! ¡Mis pobres manos!


Es culpa del destino por hacerme nacer en este lugar y en este momento de la historia. Es culpa de la iglesia, de la sociedad, de todos los que se burlaron de mí durante mi adolescencia y me señalaron por ser homosexual. Esos que me hicieron creer que no valía nada, que era una vergüenza para la sociedad y para mi familia; un inadaptado, un pecador destinado al infierno desde que nació. Asqueroso, sin importar lo bueno que fuera ni todo el amor que ofreciera a mis relativos. Y yo sí que soy una persona amorosa. ¡Como me gusta darle amor a mis seres queridos! Pero nadie aceptaría mi amor ni mucho menos me ofrecería el suyo a cambio. Era todo interés, porque yo era buen estudiante. Y en el caso de que hubiese algo cercano al amor, sería con bases falsas:yo vivía una mentira que ese alguien no conocía.


No importaría lo mucho que estudiara, el talento que pudiese tener y que, de hecho, tengo. No podría hacer nada para remediar mis culpas. Estoy sudado, tengo tierra en la boca y un sabor a combustible asqueroso. Mi espalda está más jorobada de lo normal. Mi cabeza va a rodar producto de la quebrada que hace mi cuello hacia adelante, alejándose de mi espalda, buscando fuerza donde no hay. No puedo seguir.


Es culpa del teatro musical, ese universo del que me enamoré y que me hizo sentir poderoso, valioso y me dio el lugar que nunca tuve en mi autoestima por culpa de mis complejos. Culpa mía de nuevo por enamorarme de esa disciplina, de lo que me hizo sentir, y por correr desesperadamente detrás de ella para sentirme mejor conmigo mismo. Tengo que seguir. Para sentirme en el lugar al que pertenezco, en el que alguien reconoce lo que valgo y lo que puedo hacer. Por eso estoy aquí: para seguir ese sueño que me sacó del pozo sin fondo en el que estaba sumergido desde mi infancia y me llevó a la superficie. Sueño que no podía desarrollar como quería en ese país en el que nací. Por eso salí corriendo, y eso me trajo hasta este lugar con el que no contaba".


Me sumergí en una burbuja. Me distraje tarareando música. Líricas del musical "Los Miserables" sonaron solas en mi cabeza. "Yo tuve un sueño en el que mi vida sería tan diferente a este infierno que estoy viviendo... ahora la vida ha matado el sueño... mientras rompen tus esperanzas en pedazos, mientras convierten tus sueños en vergüenza". Esto era exactamente lo mismo. Nosotros éramos una cadena de esclavos cargando esos pesados envases, prácticamente para nada. Porque treinta reales no son un carajo, menos para dos personas. "Los musicales son así de reales. Esto es un musical. Es mi momento de cantar en escena lo que sucede". Esa idea me hizo sonreír. ¡Vaya que sería un buen papel! Honesto, ciertamente.


De repente, y para completar el cuadro, empezó a llover. Tuvimos que continuar aún bajo la lluvia. Fue en ese momento que me di cuenta de que la actitud de los chicos había cambiado. Federico empezó a comunicarse con ellos y a generar una vibra menos pesada. Los chicos nos indicaban por donde caminar para no mojarnos, se turnaban con nosotros y hasta nos cubrían con lo que tuviesen a la mano. Me conecté con ellos también después de un rato.


- ¿Voceish son gringos, ñaum?

- ¿Eh? ¡No! Los gringos vienen de Estados Unidos.

- y ¿Yi onyi son voceish?

- Venezuela.

- Ah... ¿Seguros que no saun terroristas? ¿No van a explotar?

- ¿Qué?


Todos soltamos una carcajada. Según ellos, nosotros parecíamos terroristas. Eran todos jóvenes de máximo treinta años, muy humildes. Muy graciosos también. Apenas agarraron confianza nos invadieron con preguntas. No sabían dónde quedaba Venezuela ni siquiera. Mucho menos se imaginaban la situación. Cuando les contamos nuestra historia, ellos nos compartieron los infortunios que sufría la clase baja de Brasil.


La verdad es que pasó mucho rato mientras terminamos de pasar todo de un local a otro, solo que fue mucho más ameno porque íbamos hablando y bromeando. Uno de ellos hasta se burló de la forma en la que yo le hablé a los camioneros. Dijo que yo me les acercaba con cara de que les ofrecía sexo oral a cambio de que nos llevara. "Demasiado minina", decía el idiota ese. "Eso explica muchas cosas", pensé. Volvimos a reír a carcajadas.


Durante un buen rato intentaron explicarnos que "No" se pronuncia "Ñaum", sin que pudiéramos hacerlo como ellos querían ni una vez. Hasta que por fin terminamos. Ahí quise ponerme serio con uno de ellos por unos segundos. Le pregunté cuánto les pagaban el día porque ya eran casi las seis y media de la tarde y acabábamos de terminar. Fue demasiado trabajo. Demasiado esfuerzo para solo treinta reales. Le pedí que me fuera sincero con respecto a lo justo que era ese monto. "Pidan más", me dijo.


Sin sentir las piernas ni las manos, y con un dolor de espalda tremendo, encaré al encargado. Iba decidido a reclamarle que nos pagara lo que nos correspondía. No había sido un solo camión como me dijo, fue mucho más que eso. Y cuando estaba a punto de hablar, me pagó sin dejarme decir nada. Ciento cincuenta reales. Respiré, miré al cielo y agradecí en silencio. Después le di la mano y seguí hasta donde estaban Federico y los muchachos.

Esta foto quedó para el recuerdo. Justo después de terminar.

Quizás me pasé de dramático con la camisa abierta (que ni siquiera usé), pero quise recrear el contexto del día.


"Vamos a sentarnos en el restaurante", me dijo Fede. Dios mío bendito, me estaba muriendo de hambre. Así que entramos a ese lugar, mugrientos y medio mojados aún, ante las miradas de los clientes que nos juzgaron en el acto. Y eso que ya me había puesto la franela otra vez. Los chicos pidieron y Fede y yo los seguimos. Pensamos que ordenarían algo para comer en grupo como una pizza o un pollo entero. No fue así. Pidieron platos completos para cada uno, los que probablemente serían más costosos. La chica del mostrador entregó esos platos para llevar y un refresco de dos litros. Quise preguntarle a uno de los chicos cuánto había que poner por cabeza y me hizo un gesto de negación con la mano. Yo miré a Federico extrañado.


Salimos del restaurante. Entre todos nos entregaron un plato de comida a cada uno lleno hasta el tope: arroz, carne, un huevo, papa, chorizo y granos. Sacaron vasitos plásticos y sirvieron el refresco en partes iguales para cada uno. Yo los miré como esperando a que me pidieran algo a cambio pero eso no sucedió. "Ellos me preguntaron si habíamos comido algo en todo el día y yo les dije que no", me confesó Federico en silencio. El mundo se volvió pequeñito para mí por unos segundos. Y así nos sentamos en la acera a comer. Sucios, pero felices. Ellos no tenían tanto dinero, pero eso no les impidió ayudarnos con una sonrisa en sus caras. Todavía se me llenan los ojos de lagrimitas si los recuerdo, son gente en serio valiosa.


Entre risa y risa terminamos de comer. Ya los chicos se iban de regreso a sus casas, excepto por uno de ellos que tenía quedarse una hora más. Su nombre es Luis. Era el más flaquito de todos, tenía treinta años, usaba el cabello medio largo debajo de una gorra, y le faltaban varios dientes. Él nos ofreció llevarnos en su auto de vuelta al terminal si esperábamos a que saliera y se cortara el cabello. Nosotros tampoco entendimos dónde se iba a cortar el cabello en esa zona y a esa hora, pero le dijimos que sí.


Guardamos un poco de esa comida para el día siguiente, nos levantamos, y nos despedimos de los que se iban con un abrazo. Mientras Luis terminaba, nosotros nos íbamos a bañar (porque en todas las estaciones de Brasil hay duchas) y lo esperábamos. Con lo que no contaba era con la fila que había para el baño. Me tocó abrir la maleta enorme en medio de ese grupo de hombres semidesnudos para buscar lo que necesitaba para bañarme. Después de exponer por completo mi torpeza, estuve listo. Federico se bañó primero y yo esperé para usar sus sandalias porque me daba asco pensar en ese piso.


Entrar y verme en ese espejo. Qué sensación. Después de todo ese trabajo y esa miseria, esto era lo que había quedado de mí. Me inspeccioné un rato, con el resto mirándome con curiosidad. "Lo lograste", me dije. Quité toda la mugre que pude de lo que quedaba de mi cuerpo y noté los hematomas que me quedaron en las manos, los brazos y en un costado. Mi pantalón estaba perdido. Mis zapatos también, pero de esos sí que no tenía más así que me tocó seguir usándolos llenos de huecos. Las medias y la ropa interior sobrevivieron.




Salí del la ducha sintiéndome un poco mejor, me tomé dos segundos para buscar la calma, y eso fue todo lo que me duró porque Federico apareció apurado para arrastrarme hasta el carro de Luis que ya iba saliendo. Sí se cortó el cabello. Lo hizo en un puesto del gobierno que se instala en una esquina de la estación en el que hacían cortes de cabello, manicuras, pedicuras, y hasta tomaban algunos exámenes de sangre y pesaban a las personas con menos recursos, gratis. Ese era el lugar en el que se cortaba el cabello nuestro amigo.


Se me generó un contraste entre este lugar y Venezuela. Este chico trabajaba en una estación de gasolina, el dinero no le alcanzaba para nada y se consideraba pobre. Aún así, tenía un auto (que prendía empujado, pero un auto al fin). Yo era clase media en mi país y no podía ni pensar en la idea de comprar un celular.


Luis nos ayudó a montar todo en el auto, lo empujamos, prendió y salimos hacia el terminal. Federico se sentó adelante y yo me quedé atrás con el montón de maletas. En el camino, Luis, que no habló mucho en toda la tarde, se soltó con nosotros. Su historia me dejó sin aliento. No tanto por lo triste que me pareció, sino por la buena vibra y la tranquilidad con la que nos confesó sus infortunios.


"Tengo siete años sin ver a mi madre ni a nadie de mi familia porque soy de un pueblo a siete horas de aquí. Los pasajes de bus son demasiado costosos para llevarme a mi mujer y a mis tres hijos conmigo, y este carro no llega hasta allá porque falla mucho y la vía es un desastre. Te lo digo, la vida del pobre es dura en Brasil. Trabajo, trabajo, trabajo y nada se sale adelante. ¡Por cierto! Mi casa queda por ahí (señalando una carretera de tierra a un costado de la autopista), las paredes son aún de ladrillos. No tiene servicio de agua ni de luz, pero nos arreglamos con tobos y velas. Lo bueno es que es grande. Tiene tres cuartos, uno para mi mujer y para mí con nuestro niño más pequeño que tiene un año y los otros dos para los mayores. Cuando éste crezca no estoy seguro de lo que vamos a hacer. Me gustaría que cada uno tuviera su espacio pero ni siquiera hemos podido terminar de construir. Ahí vamos, supongo. Yo le agradezco a Dios que por lo menos seguimos unidos y felices. Además, tengo un trabajo fijo. Estoy seguro de que algo mejor viene para nosotros. ¡Y ustedes no se preocupen! Yo sé lo que es pasar trabajo, pero pude ver que los dos trabajan duro como yo lo he hecho. Ánimo, que dentro de nada llegan a su destino".


Siete años sin ver a mi mamá. Siete años... llevo unos meses y me estoy muriendo. Él había pasado por cosas peores que yo. Aún me parece que vive peor que yo, y no se está quejando. No se hundió en depresión como yo lo hice toda la tarde porque me tocó cargar combustible por primera vez en mi vida. Es cierto que nunca me vi una situación semejante y me pegó el cambio de ambiente tan radical, pero definitivamente no era para tanto. Para él, este era su día a día y no se quejaba mucho. La verdad es que parecía bastante feliz o al menos tranquilo con su realidad, por muy difícil que fuera.


Me quedé mudo hasta que llegamos al terminal. Allí Luis nos ayudó a bajar el equipaje y se despidió de nosotros con un abrazo. "Gracias por ayudarnos hoy. Les deseo mucha suerte. Vayan con Dios". Frío y sin energía, caminé hasta los asientos donde esperaríamos al día siguiente. Me senté en el mismo lugar de antes. Fede se sentó a mi lado. De una vez reventé a llorar desconsoladamente ante su mirada nerviosa. Me di cuenta de que no sabía qué decirme, solo me observaba como si me estuviese derritiendo. Lloré y lloré por un buen rato. Todavía lloro un poquito escribiendo este momento a solas en la sala del departamento en el que vivo. Hasta tuve que ir al baño del terminal a limpiarme y soportar las burlas de un grupo de seis malandros/indigentes que se dedicaron a hacer ruidos de burla al verme llorar.


A mí no me importa que me vean llorar. Menos me molesta que se burlen; como si no hubiesen llorado nunca. Pero a Federico eso le enfureció. Por suerte no estaba tan cerca como para actuar al respecto. Bajé la cara y regresé a mi puesto a seguir llorando. Y así estuve por unos treinta minutos hasta que me calmé y pude explicarle a Fede lo que pensaba. Me sentí bloqueado, encerrado en una burbuja. ¿Qué otras cosas están pasando cada día en otras partes del mundo de las que no tenemos ni idea? Nos quejamos de nuestros problemas, lo cual es normal porque todos queremos estar mejor pero ¿Hasta qué punto es bueno quejarse? Yo nunca estuve en una posición como la de Luis hasta hoy y siempre estoy exigiendo más. Pensando en mil realidades a la vez, me quedé dormido por fin. Al día siguiente veríamos que hacer.


Amaneció. Desayunamos con lo que nos había sobrado de la noche anterior y pudimos comunicarnos con Nova. Ella había conseguido acosar a la chica para quitarle doscientos dólares y nos depositaría cien esa misma tarde. Respiramos. Con los cincuenta reales que nos había regalado la señora y los ciento cincuenta que nos pagaron en la estación nos alcanzaba para pagar los dos pasajes hasta Cascavel. Lo hicimos sin pensarlo. Buscamos los más baratos y compramos para las seis de la tarde de ese mismo día. Ahora solo tendríamos que esperar el resto del día para partir. Con hambre. Rayos. Pensamos demasiado rápido. Como a las cinco y media de la tarde me dije "Ya lo hice una vez, que lo haga una segunda, no pasa nada". Me fui a buscar comida de nuevo.


Esta vez entré en un local un poco más grande pero igual de humilde en el que vendían parrillas. Era de una familia que empezaba desde abajo y atendían entre todos el negocio. El padre de la familia me sentó y me preguntó de dónde venía. Después de conocerlo, a su mujer y a uno de sus sobrinos, conseguí dos platos completos. Nos regalaron dos latas de refresco de naranja también. Y con eso me fui, casi a punto de que saliera el bus. Nos sentamos dos segundos a comer y dieron el último llamado. Guardamos la comida que sobraba y abordamos. Yo terminé de comer en el bus. Fede lo guardó para más tarde.


Al día siguiente estaríamos en Cascavel retiraríamos el dinero en algún banco local y veríamos si seguir viajando de una vez o qué carajo hacer. "Así fluye esto", me dije. Me quedé dormido en el acto producto del agotamiento físico y mental, sumado a la sensación esponjosa del asiento. Medité con nostalgia lo que había pasado. Di gracias y me preparé para lo que siguiera después. Tal vez apoyé la cabeza en el hombro de Federico mientras dormía, no recuerdo con claridad... pero no me dijo nada, así que asumo que le gustó...



"I Dreamed a Dream" es un tema clásico del musical "Los Miserables". Es el lamento de quien se da cuenta de que, lo que soñó sería su vida, no es la realidad. Un golpe duro y conciso a la realidad. Un musical potente y con una carga política pesada, pero sobre todo muy emocional.




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