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4. Los "no falantes" cruzaron la frontera hasta Boa Vista.

IMPORTANTE: ¿Recuerda usted que le avisé que las fotos y videos usados en este blog no han sido retocados? Bueno, aquí empieza a notarse un poco la indignidad. Nadie puede decir que no lo advertí. Y como siempre, al fondo tiene el respectivo tema musical que hace atmósfera con el post.


Miedoso, entré la oficina de migración de Brasil, después de caminar el largo trayecto bajo el sol inclemente. Había una fila de gente afuera esperando. Como es normal, la ansiedad me ganó y empecé a hablar con el chico que estaba delante de nosotros. No parecía muy confiable, pero era mejor que nada. Este chico trabajó en Brasil en semáforos, pintando lienzos y demás para traerse unos pocos reales. Yo escuchaba atento su historia para conocer las posibilidades en el caso de que pasara algo. Hasta que me llamaron adentro. Me temblaba todo, no sabía si tendría que responder en portugués, aunque no hablo portugués. No sabía ni qué tenía que decir.


-¿Qué me dijo?- No entendí muy bien. Ella no repitió literal lo que dijo. O tal vez sí. Debo haberlo bloqueado del susto.

-¿Cuántos días vas a estar en el país?

-Unos treinta, más o menos.

-Bienvenido a Brasil. que disfrute su estadía. Buen día.


Me dieron permiso de estar sesenta días en el país. No lo podía creer. Estaba tan emocionado de haber podido salir al fin que no pensé en los riesgos. Todo fue felicidad por unos segundos. El tontín de Federico respondió que iba a estar dos semanas y le dieron treinta días; yo le saqué la lengua porque mi pasaporte decía el doble. Ahora el chico con el que hablamos antes se nos había pegado y caminaba con nosotros hacia la estación donde llegaban los buses. Me parece que me ofreció ayuda con el equipaje, pero yo no quise aceptarla. Él y Federico se adelantaron y yo hice lo que pude por seguirlos, demasiado pesado.


Este chico nos bajó un poco los ánimos. Según él, no había conseguido ayuda de nadie, la gente era muy fría y la ciudad medio peligrosa. También insinuó que mi maleta no llegaba hasta Buenos Aires. Me cayó pesado su comentario, ahora sí que no me gustaba para nada. Era energía negativa pura. Claro, él pretendía vender sus obras en Brasil y hacerse millonario, pero eso no estaría pasando. Federico y él hablaron un buen rato sin que yo escuchara ni prestara demasiada atención. Por fin dejamos al chico atrás y nos encontramos con una estación al aire libre llena de gente esperando el próximo bus hacia Boa Vista.


Días después, Federico me contaría que el chico le dijo que yo era demasiado desconfiado y torpe. Bueh... no puedes ofenderte mucho por algo tan cercano a la realidad.

No pude evitar jugar con este teléfono público. Me pareció muy gracioso que fuera un sombrero. Fue lo primero que vi y lo primero que hice cuando llegamos. Federico me miraba con cara rara desde una distancia prudente para no compartir mi vergüenza.

Para nuestra sorpresa, el chico del pantalón de leopardo super pegado y la chica intelectual estaban allí también. Yo buscaba un lugar donde cargar mi celular. Intenté hablar con la encargada del comedor en el terminal pero no hablaba español. Oh-oh. Lo sentí raro, el portugués. Al final conseguí que me prestara el suyo usando lenguaje de señas. La chica intelectual se me acercó en ese momento.


-¿No hablas nada de portugués?

- Nada de nada.

- Uh... suerte con eso. Esta gente no habla ni entiende nada de español, mucho menos de inglés. - soltó una carcajada.


En ese momento sentí que algo no estaba bien. Quizás el portugués no era tan parecido al español como yo creía. Quizás no iba a entender un carajo. Y si no entendía un carajo, no me imaginaba como iba a llegar hasta Argentina sin conocer las vías. A pesar de esto, me calmó la buena vibra de la chica. Nunca me dijo su nombre, pero pude detallarla mejor mientras la conocía: era de contextura gruesa, baja estatura, tenía un estilo sofisticado para vestirse y era obvio que venía de una familia clase media alta. Era simpática. Su amigo me parecía bastante pintoresco: con esos pantalones con estampado de leopardo super pegados al cuerpo flacucho que tenía; los dos dientes frontales muy salidos, y para colmo hablaba muy gracioso. Ambos resultaron ser muy agradables.


Subimos al bus (en el que, por cierto, hay agua potable, el baño funciona, y los asientos son como almohadas gigantes; nada como Venezuela) y partimos hasta Boa Vista.

Aunque me da una vergüenza tremenda, tenía que mostrar este video al mundo. Esta era mi expresión cuando el bus estaba a punto de arrancar. Los ojos me brillan de felicidad.

Durante el viaje me senté detrás de este par, para su desgracia. Se conocían de alguna clase de capoeira, por eso hablaban portugués. Todo el rato estuve ahí, haciendo mal trío (porque ellos estaban más pendientes de lo que pasaba entre ellos) y preguntando cualquier tontería. Escribo lo que entendí en ese momento, en una especie de portugués escrito en español literal porque me parece que refleja mejor el nivel de mi conocimiento en ese momento: absolutamente nulo.

-Desayuno se dice "café danmaiá", "aomoso" es almuerzo, "yanta" es cena. "Bom yía, boa tachi, boa nochi".

- ¿Y cómo pregunto dónde puedo cambiar dinero?

-"Onyi posso trocar yineru".

-¿Terminal? ¿"Baño" se dice igual?

-"Onyi fica rodoviaria" sería ¿Dónde queda el terminal? Baño es "bañeiru".

Y ahí nuestro amigo de leopardo, que Federico pensó que era gay, sacó su heterosexualidad a flote. Haciendo este chiste para impresionar a la chica.

-También es importante que sepas decir "bunda", "piroca", "buseta"...- ella soltó una risita.

-¿Piroca es autobús?

-¿Ah?

-Ya va... ¿Qué me acabas de decir?

-Te dije culo, pene y vagina.

-Oh... es que Barinas le dicen "buseta" a los buses de transporte público. Pensé que "piroca" era "buseta", o sea, autobús.- Claramente, ellos no lo sabían porque son de Caracas. No hay forma de sentirse más campuruso en el universo. Solté una risa nerviosa.

Después me contaron que para ellos la cultura brasileña era muy noble y amable. Si nos quedábamos sin dinero podíamos estar seguros de que alguien nos iba a regalar comida. Solo tendríamos que decir "yisculpe, eu estou confome. ¿Poyi me ayuda? Eu no teñiu yineru, eu quieru llega ña Aryenchina". Disculpe, tengo hambre. ¿Podría ayudarme? Yo quiero llegar para Argentina y no tengo dinero.

Con eso me sentí medianamente conforme. Grabé todo en notas de voz para que no se me olvidara y los dejé en paz por fin. Regresé con Federico para contarle todo. No pasaron dos minutos cuando ya estaban comiéndose a besos. De verdad estaban esperando a que yo me fuera, y aprovecharon porque el bus iba medio vacío.

La imagen de su izquierda es la primera vista que tuve de Brasil. El hermoso atardecer de la vía hacia Boa Vista. Me recordó a las carreteras de los llanos venezolanos.

Y a su derecha tiene un mensaje que envié a un grupo de grandes amigos que tengo en WhatsApp. Me pegué por dos segundos a un wifi en la vía, me comuniqué con mi familia y cuando les fui a escribir, el bus arrancó. Por eso mi grito de desespero al final. No sé por qué me da tanta risa.

Cuando llegamos a Boa Vista ya era de noche. Se me hizo un nudo en el estómago. "Mierda, ya llegamos". Bajamos en ese terminal, jurando que íbamos a entender todo con facilidad, y nos encontramos con que el portugués no se entiende tanto como uno cree. No entendíamos nada. Susto. Allí nos quedamos varados en el terminal (por segunda vez) porque nadie nos aceptó dólares para pagar el pasaje del bus que salía justo en ese momento. Tres buses salían, y tuvimos que verlos partir porque ya era muy tarde para cambiar los dólares. Los chicos capoeira calientes intentaron hablar por nosotros con varias agencias, pero no tuvimos éxito. Al final, se fueron, probablemente a un hotel, y nosotros tuvimos que quedarnos en el terminal.


Así se ve el terminal desde afuera. Imagen tomada de Internet.


Le pregunté a la vendedora de una tienda qué era lo más barato que me podía ofrecer para comer pero que llenara, porque no teníamos nada de reales y nos tocaba quedarnos en el terminal hasta el día siguiente. Ella sugirió una “salada”, según entendí, y se refería a una hamburguesa. Que risa. Comimos, y nos acomodamos en una esquina a esperar mientras el terminal se quedaba solo, con unos pocos hippies y otros con cara de hampa seria rondando por ahí. Antes de cerrar su local, una chica que había escuchado a medias nuestro caso nos ofreció una bolsa llena de desayunos tipo empanadas y pastelitos que le habían sobrado. Su compañera nos regaló también una botella de agua congelada.

Me conmovió mucho encontrar esta imagen en Internet. El negocio de techo rojo que se ve a medias al fondo a la derecha es el mismo que nos regaló el agua. Al lado estaba el otro en el que nos regalaron los desayunos. Y esa pared de estampado blanco y negro fue uno de los lugares que ocupamos con nuestro equipaje durante la noche.

Como pude, le pedí la clave del wifi a una de las agencias y me comuniqué con mi familia, medio esperanzado y asustado a la vez. Me sentí tan afortunado de haber conseguido semejante acto de amor... hasta que un hippie con pinta de indigente se nos paró de frente y nos pidió comida. No sé Federico, pero yo me espanté en el acto. De hecho, le ofrecí toda la bolsa. El chico sacó un sonrisa enorme y se sentó frente a nosotros. Federico puso su mejor cara de malandro y empezamos a “hablar” con Andrés. Yo no entendí casi nada de lo que decía porque hablaba muy rápido y tenía la boca llena de esos desayunos brasileros embarrados de mayonesa y salsa de tomate. Federico entendía mucho más que yo, que solo me reía cuando ellos se reían con cara de nervios.

Andrés tenía un estilo de vida muy sedentario. Según él, no tenía necesidad de trabajar porque en todos lados regalaban las sobras de la comida en Brasil. Buen tip. Nos preguntó si fumábamos marihuana y le dijimos que sí para parecer más de su tipo (ninguno de los dos fumamos ni siquiera cigarros). Pero no contábamos con que nos iba a ofrecer marihuana ahí mismo, en todo el medio del terminal, aún temprano y con bastante luz. Me quería matar. Sacó un puño, nos obligó a tomarlo, y nos dio un papelito para fumarlo después. Decía que él no iba a fumar porque ya había consumido mucho ese día, y lo que tenía era mucha hambre. Lo pudimos notar.


Al final dejé de un lado mis estereotipos (que no sirven para nada) y terminé disfrutando de la buena vibra de este compañero. El lindo de Andrés nos regaló unas pulseras que él mismo tejía. Las hizo en ese momento, con nuestros nombres. Todavía las tengo guardadas.


Cuando Andrés se despidió, notamos que teníamos compañía. Al rededor de diez tipos con muy mala cara rondaban el terminal como tensos. Dos o tres miraban a los otros tres y así iba la cosa. Federico me indicó que me quedara sentado y callado y fue a dar una vuelta. Cuando lo busqué después de un rato, había empezado a socializar con casi todos los que andaban por ahí para cuidarnos las espaldas. Eran todos de Venezuela, venían a Boa Vista a trabajar en semáforos, dormían en los terminales y se regresaban con reales. También robaban un poco, evidentemente. Je-Je. Yo debía parecer un cachorro asustado, sentado solo en una esquina con el montón de maletas.

El terminal vacío, las calles solas y la noche silenciosa. Lo único que escuchaba era la conversación de Federico con los chicos. Era como una competencia a ver quién era más delincuente que el otro. Los chicos hablaban de que venían de las zonas más bajas del interior del país, pero Federico les dijo que venía de Catia: una zona que está rodeada de todos los barrios peligrosos de Caracas. Federico gana, al menos por ahora. Yo, mudo. "¿Tú también eres de Catia?" y yo asentía, sin decir palabra. Intentando demostrar seriedad.

De repente, no sé como, el ambiente se hizo más ameno. Pasamos a hablar de toda la situación del país y de nuestras familias; los chicos estaban alertas porque algún ratero los había robado anoche mientras dormían y estaban seguros de que sabían quién había sido. Si lo veían, lo iban a "quebrar". Yo seguía pretendiendo, hasta que uno de ellos nos mostró su talento con una pelota diminuta de goma. Yo me emocioné tanto por los malabares y juegos que hacía con ella que le recomendé que se grabara y se subiera a la web. Incluso a algún site del que oí, en el que podías pedir un financiamiento para alguna meta que te propongas, a través de un video en el que muestras tu talento. Le aseguré que tendría muchas donaciones, pero quedé delatado como el adinerado que sabe de internet y que de hecho estudió algo. Upsi.

De todas formas estuvo todo bien con esos chicos, gracias a dios. De repente, en el medio de la noche y de la nada, apareció una chica flaca, de baja estatura, con el cabello largo y rizado teñido de un rojo intenso, con ropa muy holgada y un bolso de mochilera a cuestas. Parecía un espejismo. A parte, mi susto por ella fue peor. Sentí que ese montón de gorilas la habían mirado como un trozo de carne, pero ella no parecía inmutarse por eso. Tenía una vibra de mochilera, sin complejos.

Su nombre es Laís. Cuando empezamos a hablar yo juraría que era argentina porque su acento en español era perfecto. En realidad era de Manaos, pero había estado seis años en Argentina. Intentó estudiar medicina pero se dió cuenta de que estudiar no es lo suyo y se dedicó a viajar por América Latina. Llegó en el último bus desde Puerto Ordaz, Venezuela, hacía una hora aproximadamente; pero no la vimos porque se bañó en los baños del terminal (yo no terminaba de entender que tuvieran duchas en estos sitios, pero me pareció genial). Sobre Venezuela nos comentó lo que esperábamos: muy lindas playas y vistas, muy sucia gente. Mucha basura y mucha inseguridad. Me da rabia cada vez que lo pienso.

Obviando eso, me encantó la vibra positiva de Laís. Me parece que entre ella y Federico hubo un chispazo, pero yo no me iba a separar ni un centímetro de ellos, no señor. Lo lamento. Yo podría decir que sentí un chispazo por uno de los delincuentes, que era exageradamente masculino y musculoso, pero ni por error le decía nada. Al final nos quedamos todos juntos en esta parte del terminal, justo donde descargaban los buses. Yo dormí un poco encima de mi equipaje, otro poco encima de Laís y un poco más de Federico. Bueh... "dormí". Me imagino que usted sabrá lo que descansé esa noche: durmiendo en un terminal con malandros, pendientes de que otros malandros los habían robado.

Linda noche, Boa Vista.

El tema de hoy lo escuché durante el viaje hacia Boa Vista. Simplemente me encanta, no sé hasta que punto se conecta con esta noche en Boa Vista, quizás en el hecho de mi proyección con que Argentina era mi destino. Quizás no estaba en el punto más digno del viaje (o de mi vida) pero ya estaba fuera de Venezuela y en camino.


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