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2. Caracas, Caracas.

IMPORTANTE: Las fotos que usted está por ver no han sido retocadas para mantener la realidad del relato. Algunas (por no decir la mayoría) no tienen un grado muy alto de dignidad, pero eso es parte del cuento. También debe saber que cada capítulo trae consigo una canción al fondo que hace referencia con el contexto del mismo. Se recomienda leer y escuchar a la vez. Y así, continúo...

Buscando cualquier oportunidad en internet, escuché de las listas de espera en Conviasa (la única aerolínea que vende pasajes en bolívares, y que además es del gobierno). Los pasajes costaban 124.000 solo de ida. Así que Nova compró un pasaje falso en 100 dólares, y yo, con lo que había reunido y sus 50 dólares, conseguí los 124.000. Me disponía a irme sin un dólar. Buscaría un hostal donde trabajar como voluntario a cambio de la cama y algún trabajo en negro hasta estabilizarme. Durante siete días fui al aeropuerto a intentar, y siete veces me dijeron que no, por cualquier razón. Allí conocí a cuatro venezolanos y dos argentinos más que intentaban hacer lo mismo que yo.


Pia y Nacho, mis nuevos amigos argentinos, me comentaron que tenían dos años viajando por toda Latinoamérica sin dinero, trabajando en hostales, viajando en cola (o a dedo), y vendiendo ensaladas de frutas, entre otros detalles artesanales dignos de hippies. Insistieron en que podíamos irnos así. Empezamos a discutirlo mientras esperábamos a que nos dijeran que no por séptima vez. Quedamos en ponernos de acuerdo y hacer el viaje en grupo. La cosa fue que todos resolvieron los pasajes de otra forma, entre esos Pia y Nacho. Solo quedamos Federico y yo. Lo peor es que, al principio, él fue con quien menos tuve contacto o conexión del grupo. No sé, me dio mala espina.


En el momento en el que Pia me avisó que se irían como los demás por otras aerolíneas, yo pensé que todo había terminado. No pensé en Federico, ni siquiera me contacté con él; fue Pia quien me envió un voice diciendo que él se iba por tierra solo, y que debería irme con él, me animó a que lo intentara porque, según ella, no era la gran cosa. A parte de eso me ofreció prestarme cien dólares y venderme otros veinte a muy buen precio. Una generosidad que no había encontrado en nadie en mi vida; sobre todo en Conviasa, donde un hijo de la más grandísima puta-que no tiene la culpa de haber parido a un ser tan miserable- sintió "empatía por mi caso" y decidió "ayudarme" a subir a un avión, si le daba 60.000 bs. Siendo yo un desempleado, con solo 130.000 b.s. en la cuenta, esperando durante días en ese aeropuerto de mierda para venir a patear calle acá, porque ni siquiera me llevaba un dólar en efectivo. Nada. Todo esto se lo dije y no le importó. Me pregunto qué será de su suerte.


Cuando éramos varios viajeros, habíamos pensado en irnos por Colombia, pero justo en ese momento estaba cerrada la frontera por problemas políticos. Federico averiguó la ruta más conveniente para atravesar Brasil. Uno de esos días me encontré de nuevo con Pia y Nacho, los acompañé a caminar por el boulevard de Sabana Grande a comprar una tontería e hicimos el cambio. No solo me prestaron cien dólares y me cambiaron un poco más a buen precio, también me regalaron cuarenta soles peruanos que les habían quedado del viaje. Me hablaron de su amor por Brasil, de lo hermoso que era, lo dulces que eran los ciudadanos y lo bien que la habían pasado durante los ocho meses que estuvieron ahí ilegalmente, y que ahora les costarían una deuda de 3.000 dólares si volvían a entrar al país. Upsi. Son personas en serio hermosas y con una vibra muy positiva, los recordaré siempre.



En esta conversación de whatsapp hablaba con Nova. Le decía, un miércoles, que el viernes iba saliendo. Esa fue su respuesta con respecto a mi plan, y tenía razón. Muy decidido. Cagado, pero decidido. Ignore su insulto por mi falta de atención. Problemas maritales.


Federico, por su parte, calculó todo un recorrido que duraba poco más de una semana. Duramos unos días hablando con teléfono y por internet discutiendo nuestras posibilidades. Yo tenía 220 dólares y él 130. Pero había otro factor, una chica que fue su novia por unos años a quien él ayudó a irse. Le prestó 600 dólares y tenía un lazo de apoyo con ella aunque ya no estaban juntos como pareja. Incluso, ella tenía otro novio ahora, pero las familias de los primeros ya se habían hecho cercanas. "Cuando nos quedemos sin nada, ella nos transfiere. Ya está trabajando". Obviamente él confiaba plenamente en ella. Así que el acuerdo fue irnos con lo que teníamos, gastarlo, ella nos enviaría dinero cuando necesitáramos y después en Argentina arreglábamos números.


Dos días antes de salir supe que tenía que ponerme la vacuna contra la fiebre amarilla para poder ingresar al país. Yo me había puesto esa vacuna, pero vaya usted a saber dónde estaba el comprobante. Federico insistió en que era muy probable que nos la pidieran si nos llegaban a parar para hacer una inspección. Para mayor colmo, el día después de eso me enfermé: fiebre alta, tos, dolor de cabeza y en las articulaciones; así no podía ponerme la vacuna. Pasé todo el día en cama. Aquí empezaron los riesgos.


Me desperté a las nueve de la mañana del 05 de noviembre (el día siguiente) sintiéndome algo mejor, pensando en que el bus salía alrededor de las tres de la tarde desde el terminal de oriente, en la autopista que conecta Caracas con Guarenas. Así, medio atontado aún, me fui a colocar la vacuna a las diez de la mañana. Era la última que quedaba, y se guardaba para una niña que nunca fue. Le conté mi historia a la mujer que atendía, ella entendió mi desespero y decidió ponérmela. Quise celebrar mi suerte pero en el acto me dio un bajón: vi todo negro y me tocó sentarme. Sentí miedo y un arranque de adrenalina a la vez, luchando por mantenerme despierto. Segundos después me paré y pude caminar hasta afuera para pedir un taxi. Me sometí a una dieta de solo Gatorade, sopa y fruta ese día y los próximos tres, eso sí. Estaba consciente del riesgo que había tomado pero era ahora o nunca.


Antes de salir, Juan, uno de mis mejores amigos, me preguntaba por décima vez si estaba seguro, mientras soltaba unas lagrimitas. Él, a quien nunca antes había visto llorar y que no demostraba nunca muestras de afecto, estaba seriamente preocupado por lo que podría pasarme. Me llevó al aeropuerto todas esas veces que intenté hacer la estúpida lista de espera, por cierto. Yo traté de consolarlo. Le expliqué que todo estaba bajo control. Aún así insistió en que me llevara una sopa que me había preparado para subir mis defensas. Fue un gesto de amor puro. Me rompió el corazón irme pensando en que no estaba siendo totalmente honesto con él sobre mi certeza de que este plan funcionara, pero tenía que mantener mi actitud. Estoy casi seguro de que lo notó.


Demasiadas personas cercanas me decían que quizás no era mi momento, que las cosas pasan por algo, que pensara que era una señal de que no debía irme. A todos los desafié diciendo que yo escribo mi destino y nadie más. No quise hacer caso a ninguna teoría.


Me apuré a buscar mis cosas y me fui hasta el terminal de oriente donde Federico me esperaba. Se veía muy peligroso el lugar, pero ni modo. Como todo en Venezuela, tuve que darle 300 bs a un tipo para que me consiguiera el pasaje. Hicimos la respectiva fila para que la guardia nos revisara (cagados, aunque no teníamos nada que fuera potencialmente ilegal, pero conociendo la prestigiosa fama de los guardias en el país…) y salimos. Dios mío, salimos. Yo nunca había salido del país. Federico tampoco. Estaba asustado, pero de Venezuela: de la guardia, de la inseguridad, sentía que no iba a poder pasar la frontera por algún motivo.


Estas fotos no son mías, pero por los tres lugares pasé. Imagine usted al José con sus dos maletas enormes, el morral y el bolso, con su cara de pánfilo y de susto ante las miradas de los potenciales ladrones y asesinos que se encontraban allí. Imagine también la cara de Federico: su expresión era algo como "¿Con quién coño me acabo de venir?".



Cabe destacar que en este bus, a diferencia de la mayoría, funcionaba a la perfección el aire acondicionado. Pasé todo el viaje tapado de pies a cabeza bajo la cobija individual que había empacado, sintiéndome quebrantado y con un dolor de cabeza bárbaro. Lo importante es que sobreviví a lo que me seguía. De repente revisé mi celular y vi la fecha: "05", de Noviembre. Me burlé de mí mismo y del universo por lo impreciso de mi mensaje.


El viaje, a pesar de las tres paradas de la guardia en las que a todos nos revisaron absolutamente todo, mientras observábamos muertos de miedo, es muy hermoso. Esta es una parte de Venezuela con unos paisajes paradisíacos. Estamos hablando del estado Bolívar, parte de la selva amazónica y del parque nacional Canaima. Es una experiencia que no se puede creer, no solo por su belleza, sino también por la realidad insólita que viven. En una de las paradas en algún pueblito con carretera de tierra, quise comprar una empanada que en ese momento costaba unos 50 bolívares y me la quisieron vender en 500. Yo le hice un gesto con la mano mientras le replicaba: "yo sé que parezco turista pero soy de aquí. Sé cuánto cuesta una empanada". Lo peor, es que no lo sabía.


A medida que el viaje de 26 horas continuaba, el bus iba quedando vacío, hasta que quedamos unos siete en todo el bus; entre esos, una pareja de ancianos que venían por décima vez, un chico moreno que usaba pantalones de leopardo muy ajustados y tenía los dientes salidos, y una chica intelectual a la que no le presté mucha atención. Los dos jóvenes se conocían y se sentaron en los primeros puestos del bus. Los ancianos se quedaron cerca de nosotros. Nos hablaron por un buen rato de lo mucho que les gustaba esta zona y de lo que sabían al respecto, sin que nosotros les prestáramos demasiada atención. No sé él, pero yo estaba como en una nebulosa entre mi malestar y el susto.


Este video lo tomé en medio de La Gran Sabana. Nótese como el señor necio habla y habla tonterías, si vieran nuestras caras, sabrían que no prestábamos atención. Pobrecito.



Mientras tanto, Federico y yo no habíamos podido sentarnos juntos ni siquiera por lo tarde que compramos los boletos y después nos habíamos quedado así, manteniendo distancia, aunque compartiendo algo de comida de vez en cuando.


Yo había empacado un montón de panes con jamón y queso, mandarinas, bananas, galletas, agua, pasta, salsa de tomate en lata, queso cheddar y jamón endiablado (también comida en lata). Llevaba también medicinas básicas, un montón de ropa (incluyendo unas blusas que estaba vendiendo, diseñadas por Nova) y nada más. Llevaba dos maletas de 20 kilos, un bolso 10 kilos y un morral de mano de unos cinco, mi adorado morral morado.


Federico apenas llevaba un bolso de mochilero con una cantimplora, una cobija, unas dos mudas de ropa y algo de comida. Me miró con mala cara cuando vio bien mi equipaje en una de las paradas que nos hizo la guardia. Era demasiado para lo que pretendíamos hacer; sin mencionar que una de las maletas, que era como un saco de papas enorme y lujoso, se rompió a la mitad y me tocó envolverla en tirro. A la otra no le funcionaban dos ruedas… todo muy exitoso.


Asustado por las maletas, por el viaje que se venía, porque podrían no dejarnos pasar en la frontera, y a parte sintiéndome mal, pude quedarme dormido hasta el día siguiente, cuando llegamos a Santa Elena de Uairén, la ciudad que limita con Brasil.

Este tema es uno de los que más escuchaba durante el viaje. Creo que el ritmo acelerado del drum and bass me hacía sentir en sintonía con lo rápido y descontrolado que iba saliendo todo. Recuerdo mirar el paisaje en alguna parte del viaje y sentir una conexión total entre la velocidad en que dejábamos tantas plantas hermosas atrás, y esta canción que me compartió una compañera que trabajó conmigo cuando fui camarero, y a la cual aprecio mucho.


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