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10. Todo se transforma.

04 de Marzo del 2022. Madrid, España.


Ya dentro de unos meses se cumplen siete años desde que Federico y yo vivimos el viaje que nos cambiaría para siempre. He cambiado más en estos seis años que en mis primeros 22. Mil cosas han pasado, la vida parece ponerse cada día más difícil, y uno nunca termina de ponerse al día con los problemas. Tengo la esperanza de que con la llegada de los treinta empiece a ver las cosas con otra perspectiva: la de confiar. En el proceso, en mí mismo, en el destino.


No sabría explicar con certeza por qué me ha costado tanto escribir el último capítulo de este blog. Es verdad que mi vida tiene un antes y un después de esos veinte días, jamás podré poner en palabras lo que sentí. Hoy lo recuerdo como un sueño. A veces tengo la sensación de no haber aprendido nada. Luego entiendo que quien soy hoy y quien era en 2015 no son la misma persona. Hay un camino trazado. No está del todo transitado, pero ahí está.


Las últimas semanas han sido particularmente duras para mí. Digamos que estoy en uno de esos momentos en los que la vida se pone en perspectiva. He sentido mucha angustia. Releer mi blog y encontrarme con esta historia ha sido catártico, tengo eso para agradecer. He pensado que no sé qué va a ser de mí mañana, así que, si voy a hacer algo, es cerrar este ciclo de una vez por todas. Cerrar, soltar, entregar, liberar, para que termine de fluir la transformación. Pero esto no es lo último que sabrá usted de mí, eso se lo aseguro.


Enlace "25 de mayo" en la autopista Buenos Aires - La plata, una de las vías de acceso a la ciudad. Imagen tomada de de infobae.com


25 de Noviembre del 2015.


Las vías de Puerto Iguazú hacia Buenos Aires tienen cierto parecido con las de Venezuela. En este país la movida es diferente. La policía nacional hizo parar el bus dos veces a mitad de camino para revisar a los pasajeros, cosa que no nos hicieron ni una vez estando en Brasil, y fueron 19 días. En ambas paradas nos pidieron nuestros pasaportes.


- Venezuela.

- Sí.

- ¿Qué vienen a hacer a la Argentina?

- Turismo. Hemos estado recorriendo Brasil, y luego de Buenos Aires queremos ir a Uruguay, y de ahí empezamos a subir nuevamente. Ya sabe, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá... nos encanta viajar, y tenemos dinero de sobra, así que nada... emocionados.


Ya lo sé, mentí. Aparte, malísima la mentira. Pero ¿No habría hecho usted lo mismo en mi lugar? Si de por sí soy parlanchín, cuando me pongo nervioso es peor, y no sé mentir. Así que ahí lo tiene, un chiste. Por suerte ningún guardia nos pidió nada más.


El viaje es tan largo que en el bus nos sirvieron cena. No estábamos contando con eso, lo agradecimos. Me dediqué a ver película tras película. Federico iba durmiendo casi todo el viaje o escuchando música. Supongo que necesitaba meditar la siguiente etapa en la que estábamos a punto de entrar.


"Mierda. Estamos a punto de llegar. Ahora sí se vino en serio la cosa", me dije. La emoción no me había dejado pensar en los riesgos. Lo mismo me pasó cuando venía saliendo de Caracas y (si usted ha estado leyendo) ya sabemos como terminó eso. No nos quedaba casi nada de dinero. Si teníamos trescientos pesos, era mucho (menos de cincuenta dólares). Tendríamos que encontrar un hostal donde trabajar de voluntarios rápido o dormir en algún terminal o plaza. Si estuviese por mi cuenta, yo sabía que contaba con Nova. Ella no me iba a dejar solo, pero claro, ahora yo estaba con Federico, ahora éramos dos.


No tuve contacto con nadie durante todo el viaje, nunca encontré un wi-fi libre para avisar por dónde iba o como estaba. Yo solo esperaba que Nova estuviera ahí al día siguiente en la mañana. Y si no, esperaba conseguir un wi-fi por lo menos para avisarle que habíamos llegado. Tendría que moverme por mi cuenta quizás. "¿Sabes qué? Ya lo hice por todo Brasil. Sin hablar portugués. Esta ciudad no me va a comer a mí".


De repente leo una señalización en la autopista que dice "Buenos Aires", era mi momento. Me puse mis audífonos y le dí play a la canción que encontrará al fondo. La tenía preparada desde Venezuela. Es un tema del musical "Evita", que, por supuesto, cuenta la historia de Eva Perón. En este número Eva llega por primera vez a la ciudad. Coqueta, Eva seduce a la ciudad con su llegada. Para ella, que tanto ha esperado este momento, la ciudad también la ha estado esperando. Había guardado esta canción para escucharla en este preciso momento. La emoción es indescriptible.


Mientras nos abríamos paso por esa autopista gigante yo solo veía los árboles y la vegetación a los lados. El viento soplaba tan fuerte que generaba un movimiento particular en las las hojas. Daba la impresión de estaban saludando. Me llené de esperanza de nuevo. Busqué con la mirada a Federico: tenía los ojos brillantes y miraba por la ventana. Reconocí la victoria en su cara. Seguí escuchando música y mirando todo como un perro con la lengua afuera hasta que llegamos a la zona del terminal. Estaba... ¿Cómo decirlo? ¿Descuidada? No me dio muy buena espina. Traté de no hacerle demasiado caso, recogí mis cosas y me acomodé para bajar.


Terminal del Retiro en Buenos Aires, lugar de nuestra llegada. Imagen tomada de internet.


Tuve que grabar este momento. El video no salió como yo hubiese querido. Tendrían que haberme grabado desde afuera para que se notara mi expresión. Lo importante es que quedó registrado el momento en el que puse un pie en esta ciudad en la que ahora viviría.





Las maletas llegaron a la Argentina, mi gente.


Nova tardó un rato en llegar. La esperamos ahí intimidados por la cantidad de gente que caminaba de un lado al otro.


- ¿Y si nos regresamos a Cascavel?.


Sí. Esa fue nuestra primera impresión. Venir de esa ciudad apacible y limpia, con gente tan amena y llegar a este caótico terminal nos hizo contraste. Después de un rato, vi una cosa pequeña que se movía entre la gente: Nova venía corriendo emocionada a saludarme. Le di un abrazo como pocos he dado en mi vida. El último abrazo que me sacudió tanto fue el que le di a mi mamá antes de irme de la casa y lanzarme a esta aventura.


Nova y Federico se miraron dudosos cuando los presenté. Yo quedé en el medio con mi sonrisa enorme sin poder contener la alegría que me salía de los poros. Apenas salimos de ese terminal, Nova me entregó una tarjeta "Sube", la única forma de utilizar el transporte público. Nos fuimos en el "subte" hasta su casa.


El apartamento estaba en el centro de la ciudad, se alquilaba por habitaciones compartidas. Vivían unas diez personas en total, casi todos venezolanos, y luego dos o tres brasileños. Allí comimos como bestias sin prestarle demasiada atención a las quejas de Nova, que aseguraba que la cocina estaba llena de cucarachas. Incluso nos contó que una noche fue a tomar agua y encontró una especie de "conferencia de cucarachas" en la cocina. En otro momento me hubiese importado, pero en ese entonces, meh.


Ya sin apetito, dejamos el montón de maletas y salimos a buscar algún lugar donde pasar la noche. La arquitectura de la ciudad impone, Buenos Aires es hermosa. El contraste de épocas es maravilloso. Pudimos notar que se aprecia lo viejo y se conserva. Es muy común encontrarse con ascensores antiguos, de puertas corredizas. Justamente así era el ascensor de Hostal Estoril, uno de los tantos que visitamos. Allí estaban buscando voluntarios pero no para ese mismo día. El requisito era hablar inglés porque el trabajo era de recepcionista. Les dejé mis datos esperando a que me llamaran.


Hostal Estoril, Congreso, Buenos Aires.


Pasamos toda la tarde buscando, pero no tuvimos éxito. Al final del día yo me quedé a escondidas en el cuarto de Nova (su compañera no vino a dormir esa noche, así que aprovechamos) y Fede pagó una noche en un hostal en el que también se abría una vacante para voluntarios en un par de días.


Al día siguiente me desperté extremadamente tarde. El cansancio de todo el viaje me cayó como un plomo. Nova no quiso despertarme porque me veía demacrado, había perdido algo de peso. Como la buena amiga que es, me grabó roncando y lo mandó a nuestros amigos de Venezuela. Ese día comí con ella de nuevo. Su consejo fue que hiciera un curso para ser camarero gratuito que ofrece el gobierno de la ciudad, eso me haría conseguir trabajo más fácilmente. Averiguando en internet encontré que duraba más de un mes, era demasiado tiempo.


Mientras yo me preocupaba por el curso para ser camarero o por encontrar algún trabajo en lo que sea, me llegó un correo del hostal Estoril. Había una vacante para mí al día siguiente, solo tendría que buscar un lugar donde dormir esa noche y listo. Primer problema resuelto. Federico podía pagarse más noches en su hostal sin problema, para eso sirvieron los cincuenta dólares. Luego ese mismo día, me escribió mi amigo Leo, que conocía de Caracas. Él me ofreció quedarme en su casa si lo necesitaba. Le dije que con una noche estaba perfecto.


Me fui hasta la librería en la que trabajaba Leo, con mi característico morral morado, el bolso negro y la maleta a la que le quedaba apenas una rueda. ¿Cómo era que me habían dicho? ¿Que las maletas no llegaban a Buenos Aires? pues allí lo tienen. JAJA. ¿Fue incomodísima la situación de estar de pie junto a la caja de esa librería con el montón de equipaje? Un poco, pero a Leo no le quedaba mucha jornada, lo hizo sin problema. Ni bien terminó, nos fuimos directo a su casa.


- En un rato me tengo que ir a mi otro trabajo y salgo muy tarde. Puedes venir conmigo si quieres.

- ¿Tienes dos trabajos? ¿De qué es?

- ¿Quieres venir o no?

- Pues es que no sé si...

- Si no, puedes quedarte encerrado en este departamento en tu segunda noche en Buenos Aires.

- Y ¿No te dicen nada si voy?

- No.

- ¿Pero en qué trabajas, pues?

- En algo que descubrirás si vienes conmigo. ¿Vienes o no?

- Bueno...

- En el camino te explico.


Leo trabajaba en el "Buenos Aires Pubcrawl", un grupo que se dedica a hacer tours por los bares más populares de la ciudad; pagas una entrada que te incluye el pase a cuatro locales diferentes con un shot en la puerta, y además (la mejor parte para mí) tienes una hora de "toda la pizza que puedas comer y toda la cerveza, vino o fernet que puedas tomar" al llegar a la sede. Toda la movida nocturna de Palermo seguía impresionándome. Leo pagó un taxi de su casa hasta el local. Hasta eso me llamó la atención: el taxímetro, los colores de los taxis... era demasiada tecnología y lujo para mis ojos del monte. Me sentí en algún capítulo de Gossip Girl.


En la sede del Pubcrawl, Leo me presentó a su equipo, me puso una cinta en el brazo y me pidió que esperara a un lado. Tuve que ayudar, no aguanté la ansiedad. Sacaba pizzas, repartía cintas, anotaba nombres y cualquier otra cosa que me pidieran. Podía tomar y comer lo que quisiera, así que aproveché. ¡Qué felicidad! Aunque me sentía bastante incómodo solo entre este montón de grupos de gente que, claramente, tenían una posición económica alta; sobre todo tomando en cuenta que mi ropa era un desastre. Mis zapatos rotos y sucios, y mi camisa y pantalón arrugados y medio sucios también.


Al final no le presté demasiada atención a mi imagen y me dediqué a disfrutar de los locales. Los primeros dos a los que fuimos eran para escuchar rock y géneros parecidos. Me sentí en el paraíso: la ambientación llena de creatividad y colores, la gente (una variedad de argentinos y extranjeros de todas partes, cada uno con un estilo más interesante), los diferentes tipos de alcohol que en mi vida había visto; me sentía genial. Me hice amigo de un chico de Holanda y dos chicas del Reino Unido. A ese grupo se sumó un argentino que no hablaba ni una pizca de inglés, y que pretendía que yo ligara con una de las chicas y le ayudara a quedarse con la otra. No sé por qué, no quise decirle que soy gay. Le seguí el juego. Estuvimos un rato con las chicas cruzando miradas y risitas hasta que pude alejarme del grupo.


En el segundo lugar me emocionó ver una imagen de Andrés Bello con algún chiste sobre el lenguaje que no recuerdo. Me encantó comprobar que lo tomen como una referencia literaria incluso aquí. En este local, Leo se me acerca y me ofrece un "trago sorpresa" de regalo. "Puede que salga rodando de esto, pero es mi segundo día en Buenos Aires", me dije. Para tomar el dichoso trago tenían que vendarme los ojos. El bartender empieza a darme instrucciones.


- Aquí, acércate por aquí. Calma, no tengas miedo que yo no te voy a hacer nada malo... todavía. - escucho risas a mi alrededor. - a ver, abre la boca. ¡Abre la boca! Te juro que no es nada. Mira, - y me embarra la boca con crema batida - prueba. ¿Ves? ¡Es crema! ¿Te gusta? Abre la boca que te doy un poco más.


Acto seguido, y ante todas las miradas del lugar, el señor bartender me metió un dildo enorme embarrado de crema batida en la boca. Tenía alcohol adentro, pero había que chupar para que saliera. Todo fue tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. El tipo me gritaba "¡Chupa! ¡Chupa! ¡Chupa que no sale!" todo el mundo reía, y yo solo intentaba no morir ahogado. Apretó y empujó el pene plástico hasta más no poder; hasta que se cansó y me cacheteó la cara. Me cayó crema hasta en los zapatos. Es lo más gracioso que he visto en un bar en toda mi vida. Del tiro, no quise contárselo a Nova porque quería llevarla y hacerle lo mismo. Como este trago, había un montón de cosas divertidas para hacer y probar en ese bar.

El "Pamela Anderson" ya no está disponible en "Chupito's". Supongo que algunas personas se habrán quejado. A mí me encantó. Imagen tomada de internet.


Después de lavarme la cara y limpiar mi ropa en el baño, disfruté un rato más de ese bar (lo más cool que había visto en mucho tiempo) hasta que nos fuimos al tercero. Todavía no he podido adivinar el nombre del local. Pasé un buen tiempo pensando que se llamaba "Quilmes", porque era lo que decía en la parte de afuera, pero ese es el nombre de una marca de cerveza que patrocinaba el lugar. Aquí había una pista de baile más grande, ya no era tan bar. Los chicos con los que caminaba me decían que el recorrido terminaba en un "boliche". Yo me imaginaba un lugar para jugar bolos donde se podía bailar de noche (existe en Barinas), y no me parecía demasiado tentador.


Al entrar, no sé que me dejó más consternado: si la música, una cumbia con un beat que en mi vida había escuchado; o la gente bailando. Nadie baila en pareja en Buenos Aires. Pocos tienen ritmo. Más pocos todavía pueden si quiera mover las caderas. Básicamente, lo que vi fue un montón de tablas, una al lado de la otra, girando como cuando el viento sopla un móvil decorativo.


El último lugar era una discoteca (boliche, en jerga argentina) enorme y como de película. El edificio por fuera blanco y ostentoso, de estos afrancesados que tanto hay en Buenos Aires. Para entrar, la fila se hacía en una alfombra roja. Uno sentía que iba a entrar en los premios Óscar. Ahora, lo que sonaba dentro era particularmente contrastante con el exterior, y a mi yo sifrino (cheto, en jerga argentina) no le gustó nada. No solo era cumbia argentina, era un remix de Chino y Nacho.


Emigrar te da muchos aprendizajes, pero sobre todo, te abre la mente. La primera y más valiosa lección que me dio emigrar es que los estereotipos no sirven para nada. Se quedan aún más en la superficie de lo que uno se imagina. Uno puede creer que tiene una mínima idea de como funcionan las cosas en un lugar, pero créame, no es así. Cada lugar y cultura es muchísimo más de lo que uno ve en los medios de comunicación y las redes sociales.


Así que esa Argentina que yo tenía en mente no era lo que yo quería ver: Soda Stereo, Buenos Aires Fashion Week, la avenida corrientes llena de musicales, Lollapalooza; era mucho más que eso. Si bien esa noche fue un choque crudo de realidad, más adelante aprendí a valorar los giros inesperados del destino, la cultura, lo diferentes que somos, pero también lo que nos une. Sobre todo, me hice fan número uno de la cumbia Argentina.


Esa noche fue muy divertida, la recuerdo con mucho cariño. Vaya forma de entrar al país. ¿No cree? pero hasta aquí llegó la fiesta. Al día siguiente me desperté y me dispuse a llevar el montón de maletas (otra vez) hacia mi nuevo hogar: el hostal Estoril. No eran ni la una de la tarde cuando ya estaba acomodando mis cosas, conociendo al staff y las instalaciones. Quise relajarme por un momento en mi cama, pero Nova me llamó.


-Hay una vacante para trabajar como camarero en un restaurante en Palermo, urgente. Imprime el currículum y vete ya a esta dirección. ¡Pero ya! No pierdas tiempo.


Ya a estas alturas correr contra el reloj se había hecho costumbre. Me vestí corriendo, me encontré con una pequeña situación: el único requisito que tenían era llevar una camiseta negra y claro, yo no tenía. Todo lo demás los tenía sin cuidado, solo querían la camiseta negra. Pero ese problema, tan rápido como surgió, se arregló. Uno de los chicos del hostal me prestó una para ese fin de semana. Llegué a Palermo, perdido, confundido, buscando un lugar donde imprimir, pero no tuve suerte. Antes que llegar tarde preferí llegar sin el cv en papel, podía mostrárselo en mi celular.


La terraza del restaurante se extendía por toda la cuadra, casi de una esquina a la otra, las mesas y el piso eran de madera, se vendían típicas cosas de picoteo argentino: papas con cheddar y panceta (tocineta en venezolano), rabas (calamar), tragos de autor, cervezas, y a la hora de la merienda (que en Buenos Aires es un ritual religioso en el verano) waffles, pan tostado, esas cosas como para merendar.


Eran aproximadamente las cuatro de la tarde. El lugar estaba a reventar, las camareras y camareros corrían de uno lado al otro. Me acerqué a la caja a hablar con la encargada.


-Hola, soy el amigo de Nova, venía para la entrevista, yo...

-Sí, sí, sí. Ahora no tengo tiempo, métete ahí a limpiar cubiertos que estamos hasta arriba. Hablamos más tarde.


Y ahí estaba yo, tercer día en Buenos Aires, "fajinando" cubiertos. No me imaginé que me iba a costar tanto comunicarme en Argentina. No entendía nada y ellos tampoco me entendían a mí. Costó, pero nunca lo vi con demasiada preocupación, me encanta el intercambio cultural y siempre me hace reír cuando ocurre esa desconexión que impide poder seguir con la conversación. Ese día fue de locos, un niño vomitó en el baño y nadie me respondió cuando pregunté dónde estaba el coleto (trapo de piso en argentino) y ese fue solo uno de los malentendidos. El más trágico sin duda. Encontré esta imagen del restaurante en internet. Ya no existe, se llamaba "La Papelera".


A todas estas, la confusión era peor porque en el staff había: una chica y un chico de Colombia, una chica de Perú, una chica de Ecuador, el resto argentinos (unos siete) y la encargada que resultó ser venezolana pero tenía el acento tan cambiado que yo estaba segurísimo de que era argentina.


Antes de que a usted se le ocurra juzgar a mi jefa venezolana con acento argentino, recuerde que emigrar no es fácil y que cada quien se adapta como puede. Incorporar el acento o no, es cosa de cada quién. Vive y deja vivir ¿No?


Al final uno se fue de su zona de comfort a empezar desde cero y entendió que se necesitan pocas cosas para existir, lo básico: comida, un techo, salud, cariño. En tres días pasé de dormir en terminales y pedir comida, a vivir en un hostal lleno de nacionalidades de todas partes del mundo y trabajar en Palermo.


Algo valiosísimo que aprendí es que la vida, Dios (si usted es una persona religiosa) o lo que usted prefiera creer, no solo nos pone pruebas por delante, también nos da soluciones. Está de nuestra parte sacar lo mejor de nosotros en esas situaciones y evolucionar a partir de ellas, o no.


Hay tantas personas que fueron como escalones en este viaje, (y ahora cuando digo “viaje” me refiero a la vida misma), personas que me ayudaron a avanzar de una u otra forma. Toda esa gente que nos regaló comida en Brasil, mi compañero del hostal que me prestó su camiseta, incluso la chica colombiana me prestó unos pesos para ir a comprar una camiseta negra para trabajar. Se los devolví ese mismo fin de semana con mi primera paga.


Recuerdo haber subido al segundo piso del enorme restaurante a limpiar, seguía de prueba. La encargada subió a revisar mi trabajo, lo aprobó y me dio mi sueldo de tres días. Eran más o menos las tres de la mañana, no quedaban clientes, todas las luces estaban encendidas, la música a todo volumen y el staff caminaba de un lado al otro deseando terminar para irse a sus casas. Me tomé un segundo para reconocer hasta dónde había llegado. Sentí tranquilidad, mi carrera contra el tiempo había terminado. Con los ojos brillantes y húmedos, mire hacia arriba, respiré profundo y pensé “mírame, mamá, aquí estoy. Nos vemos pronto.” Ahora tenía una cuidad y un gentío por conocer.


La gente que nos cruzamos nos impacta, sea por cosa del destino, o no. Somos la consecuencia de lo que se nos va cruzando en el camino y lo que decidimos hacer con eso. Así ocurre la transformación, porque todo se transforma. Yo le agradezco a todes y cada une de las personas que se cruzaron en mi camino, y por formar parte de mis recuerdos. ¿Lenguaje inclusivo? Después lo discutimos. Ahora solo puedo dar gracias por todo lo que he aprendido y a ti por haber leído este blog hasta aquí. Te tuteo porque en España es raro hablar de usted, y yo ya me adapté, otro día te cuento más.




Dos pulseritas que se reencuentran. Dos chicos que, sin conocerse, se dieron una oportunidad. Hasta el día de hoy, sigo viviendo con Federico en Madrid. Él y Nova son (y siempre serán) de mis personas favoritas en el mundo.


Puente de la mujer, Puerto Madero, Buenos Aires.


01 de Junio del 2022, Madrid. España.


Hoy no me siento tan mal, y eso que no he vuelto a fallar, y las cosas siguen sin arreglarse. Pero yo ya no me juzgo más, estaba preparado para el fracaso. Ya saldrá. Y mientras tanto, sigo aprendiendo.




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